Medio: El Día
Fecha de la publicación: lunes 10 de diciembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Es lamentable, sin embargo, el discurso de los medios y las manifestaciones en las calles distan mucho de precisar lo que sucede en verdad. La voluntad del pueblo no solamente se expresa en el acto del voto, en la opinión pública o en plataformas; ésta voluntad debe ser una expresión de racionalidad e internacionalización de los principios de la democracia, forma de gobierno que desde la época griega responde a criterios selectivos para administrar el bienestar de los demás. Cabe resaltar que para los helenos ésta forma de gobierno no representaba ni de cerca la mejor forma de gobierno, en particular para los consagrados filósofos Platón y Aristóteles. Allende de esta peculiaridad, nuestra sociedad contemporánea y el Estado moderno nacido a partir de la revolución francesa y norteamericana responde a un parámetro normativo para limitar al poder.
De este modo, la voluntad del pueblo, irracional o racionalmente, consciente o inconscientemente se determina en una Constitución, denominada Política y del Estado; porque ese es el afán del ser humano, resolver a través de decisiones el manejo del poder en un plano social-institucional. Debería ser requisito, por ende, que todo aquel aspirante o eventual actor de la política, comprenda esta dinámica en toda su perspectiva, caso contrario empezaría a desestructurarse todo concepto de Estado y en consecuencia la deformación del sentido moderno del Estado. Todo autoritarismo, toda manipulación caería en el saco de los conceptos medievales del poder, donde la voluntad del pueblo sería una utopía; una búsqueda más que necesaria del estado llano, en palabras del Abad de Sièyes.
Pero, estamos lejos de los tiempos medievales, aunque la sociedad sea pre-moderna y nuestra candidez quiera hacernos creer que existe institucionalidad en Bolivia; pues no otra cosa significa esperar que el Tribunal Supremo Electoral cumpla con el principio de legalidad, la protección a la Constitución permitiendo la alternabilidad en el poder público, efectivizando el mandato vinculante del referéndum del 21F. El mandato del pueblo, no está en manos del mandatario, el circunstancial Evo Morales, ni en su extraña forma de entender “mandar obedeciendo al pueblo”; construyendo sus propios conceptos, dirigiendo sus discursos para sus correligionarios y olvidándose que debe gobernar para toda Bolivia. Un presidente que polariza, es un vehículo para el caos político, un llamado a la violencia pronta, ya que la ciudadanía terminará teniendo la última palabra, o ¿no recuerda el actual gobierno febrero y octubre de 2003? Es de lamentar, pero en nuestro país las salidas dialógicas o razonables suelen ser las menos, siendo las más viables aquellas que nos enfrentan a un destino marcado por la sangre, la confrontación y la fragmentación del corpus nacional. El poder no es de quien lo tiene, está en donde creemos que está; y la ciudadanía va recordando que nosotros somos el poder.
Por otro lado, la democracia no se reduce a la libertad de expresión, así como tampoco la soberanía esta líricamente en el pueblo, de vez en cuando hay sentido común en ciertos servidores públicos, como los exmiembros del Tribunal Supremo Electoral, el Dr. José Luis Exeni y la Lic. Katia Uriona, parangonando sus renuncias con la firmeza con la que la vocal en ejercicio, Dunia Sandoval, se refiere al hecho negativo de la consumación del habilitado binomio oficialista. No obstante, la democracia se debe seguir construyendo, se debe generar responsabilidad en cada miembro formante de esta sociedad, antes que la angurria de poder carcoma lo último del Estado Boliviano, el espíritu que nos hizo rebeldes frente a la opresión de cualquier índole.
Y no creamos que el culpable es solamente el Tribunal Supremo Electoral o el Tribunal Constitucional Plurinacional; el problema surge desde la sui generis Ley de Aplicación Normativa el 21 de mayo de 2013, que re-interpretó el mandato constitucional de la novel norma suprema consolidando una re-elección más. Nuestro problema radica en el escaso nivel de verdad con el que nos relacionamos, no hay honestidad en la sociedad boliviana para admitir que no conocemos nuestro sistema político, que la viveza criolla encumbrará intereses de lo más funestos, antes que la búsqueda de nuevos horizontes. Ahora que la desfachatez es pública, no queda otra que la protesta, la desobediencia civil y la mirada atenta para que no cualquier avivado reclame para sí la ola legítima del reclamo popular en la que estamos.
Debimos estar más atentos cuando nuestro mandatario aseveró el año 2009: “No estamos de paso por el Palacio, no estamos visitando el Palacio, hemos llegado al Palacio para toda la vida”. Ahora que las conquistas democráticas son solamente retórica, las frases del vicepresidente, una más perdida que la otra, o el reduccionismo del ministro de gobierno cuando cree que la coyuntura del país se lee a partir de derechas o izquierdas, a propósito de los móviles para el desarrollo del paro cívico del jueves 6 de diciembre. Todo ello termina siendo meramente distractivo, ya que se encuentran alcoholizados de poder; nuestro deber es aproximar a los gobernantes de turno a la resaca de esta borrachera, pero no para seguir un bacanal de excesos sino para darle contenido efectivo y real a la democracia.