Medio: La Patria
Fecha de la publicación: viernes 07 de diciembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
En muchas circunstancias de la vida es posible realizar un acto exactamente del mismo tipo, no con palabras escritas o habladas, sino de otra forma: conviniendo internamente que expresar las palabras es, sin la oscilación de la duda, un episodio principal, sino el episodio principal, en la realización del acto (de hablar bien o especular), cuya realización es también la teleología o la finalidad que busca la expresión, empero, dista de ser comúnmente, si lo es alguna vez, la única cosa necesaria para asumir que el acto se ha consumado o llevado a cabo.
Precisamente este último punto es lo que pasa directamente a la intelección o percepción del pueblo que siempre comprobará que esas palabras se transformen en realidades; única forma fiable de controlar a los políticos.
Hasta aquí, el lector puede inferir que la columna trata de desnudar las endémicas costumbres y actitudes de los políticos, así en términos generales siempre es necesario que las circunstancias en que orador político utiliza las palabras estas sean apropiadas, además, como exigencia, es menester que el que habla deba llevar a cabo otras acciones físicas o mentales que corroboren lo que habla y a sus antecedentes tanto políticos como personales.
Actualmente, en nuestro país, existen pseudopoliticos que se presentan impávidamente en una candidatura creyendo que el pueblo, tan inteligente como es su naturaleza, no rememora deslealtades, discriminaciones al pueblo, indecisiones graves para el país, un desorden moral o escasísima ética.
El pueblo cuando formula objeciones se puede estar seguro que lleva razón pues para llegar a esa conclusión ha considerado las expresiones realizativas más intimidatorias tales como el "yo les prometo", de lo que se concluye que las palabras deben ser dichas con excelsa seriedad pues serán tomadas con la misma seriedad por el pueblo que es el sujeto de esa o esas promesas para obtener el voto o para mejorar su desarrollo humano.
Esta es una acción intelectiva bilateral entre el político y el pueblo y éste siempre extrae una conclusión, temprano o tarde; por ello es menester que no se tome la oratoria política como si estaríamos bromeando o escribiendo un poema; deberá sentirse la inclinación a pensar que la seriedad de la expresión consiste en que ella sea formulada, ya por conveniencia seria o por información y como un signo inconfundible y visible de un acto espiritual interno, que exige el cumplimiento de las promesas.
Aquí hay una acción a creer o dar por sentado, que en muchas circunstancias la expresión externa es una descripción, verdadera o falsa, de la realización del acto espiritual interno y no mofarse del pueblo con un ejemplo esclarecedor del cuidado con que se deben examinar las palabras de todos los políticos: en el Hyppolitus, donde el mismo Hyppolitus afirma "mi lengua lo juró, pero no lo juró mi corazón", que es una metáfora para no nombrar al espíritu.