No es necesario tener gran inteligencia para percibir la realidad que nos circunda. Eso ya lo dijo alguien que no recordamos, pero es verdad. En cambio sí recordamos la opinión del filósofo Roberto Prudencia, para quien los hombres más inteligentes se vuelven necios al sólo contacto con la política. Si alguien nos apurara exigiendo testimonios, lo único que haríamos es facilitarle la lectura de un periódico de cualquier fecha, y allí –con sus propios ojos– recogería no uno, sino varios testimonios.
Sin embargo, los actores de hoy son precisamente los políticos. Y el gran tema cotidiano es, inevitablemente, la política. Corrijamos un poco, no es la política en realidad sino la politiquería; es decir, el mal uso del poder. Si Bolivia no padeciera la “anomia social”, nos atendríamos a la ley y a las normas, sería un país ordenado. La corrupción no sería el pan amargo de cada día. Pero eso es “un sueño lejano y bello”. Lo que nos rodea es cuasi una pesadilla. Unos señores que habitan una jungla virtual, han modificado en la práctica el calendario electoral; a casi un año de las próximas elecciones ya iniciaron su proselitismo, obligando a los demás a seguirles el paso.
Eso nos perturba la tranquilidad. Nos arranca de nuestro cotidiano esfuerzo laboral y nos llena de estridencia demagógica el ambiente; respiramos sin querer esa atmósfera moral. La política es por naturaleza confrontación, un contradecir a alguien sobre ideas. Lo que más provoca la disidencia entre los ciudadanos es la política. Claro, la política que practicamos nosotros; quizás en otras latitudes del mundo sea menos turbio y más decente, con democracia que establece tiempos para gobernar, y el resultado de las elecciones se respeta así no nos guste o no vaya en consonancia con nuestros intereses personales.
Hoy estamos justamente ante una realidad harto decepcionante. La antigua planta, esa que ya pasó por la historia del país ¡quién creyera!, esa precisamente, se ha visto obligada a reincidir. Quizás esas figuras redivivas no tienen la culpa, han visto el vacío y no dudaron en dar el salto a la arena de combate. Lo que pasa es que estos 13 años de monopolio del poder en manos de un caudillo solitario, no han producido una sola figura nueva ni siquiera en sus propias filas. En ambos bandos todo huele a antiguo. Y la democracia revela su existencia con la dinámica del cambio humano en los mandos; ese es el signo vital de su vigencia.
Hoy sucede que, sea por miedo o por adicción al poder o tal vez por ambas cosas, el llamado binomio oficialista tiene la ocurrencia de desafiar al soberano, que ya dio su respuesta en las urnas. No es sensato, no es cuerdo insistir de esa forma. Buscando entre los viejos infolios jurídicos de Costa Rica habían encontrado el “derecho humano” a ser dictador, y con eso en la mano se lanzaron al ruedo otra vez. La democracia tiene normas, una de ellas es la alternancia. Sólo una dictadura, sea de derecha o de izquierda, pretende retener el poder por tiempo indefinido.
El autor es ciudadano de la república.