Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: miércoles 05 de diciembre de 2018
Categoría: Institucional
Subcategoría: Tribunal Supremo Electoral (TSE)
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Un día como hoy, hace tres años, el 5 de noviembre de 2015, el gobierno del MAS sorprendió a la población boliviana al promulgar la ley Nº 757, Ley de convocatoria a referendo constitucional aprobatorio de una reforma para viabilizar la reelección indefinida de Evo Morales.
Al hacerlo, cometió un error de dimensión histórica. Sus estrategas hicieron un pésimo cálculo. Sentaron las bases de su primera derrota estratégica, y con eso pusieron fin a más de 10 años de continuos y contundentes triunfos.
Su fracaso en las urnas el 21 de febrero de 2016 no fue un traspié cualquiera. Fue un revés tan fuerte que aún hoy, como los hechos lo confirman, los estrategas del MAS no terminan de asimilar. Lo siguen sufriendo y, lo que es peor, los ha llevado a actuar guiados por la desesperación.
Como es bien sabido, la desesperación es pésima consejera. Así se explica que todos sus siguientes pasos, los más importantes de los cuales fueron la precipitada aprobación de la Ley 1096 de Organizaciones Políticas y la destrucción de lo poco que quedaba de independencia del Órgano Electoral Plurinacional, hayan sido otros intentos fallidos en el afán de dar por consumada la destrucción del sistema democrático en nuestro país.
Con esos antecedentes, no es casual ni sorprendente que los tres años transcurridos desde el 5 de noviembre de 2015 coincidan con un nuevo golpe a la institucionalidad democrática, como el asestado ayer. Nada que deba sorprender pues es sólo una prueba más de que el plan de acción del MAS está claramente definido. Consiste en recurrir a cualquier medio, aún a costa de terminar la labor destructiva de la institucionalidad constitucional y llevar al país a nuevos escenarios de violencia.
Felizmente, los 36 años de experiencia democrática acumulada desde octubre de 1982 no han pasado en vano. Los sucesivos fracasos que el proyecto autoritario del MAS ha ido acumulando durante los últimos tres años son otras tantas esperanzadoras muestras de la firmeza con que una gran mayoría del pueblo boliviano –incluidas crecientes corrientes internas dentro las filas oficialistas– está dispuesta a defender la democracia.
Esa experiencia propia, a la que se suman experiencias ajenas, como los catastróficos extremos a los que ha llevado la fórmula totalitaria a Venezuela y Nicaragua, dan motivos para afirmar que ese no será el camino que siga nuestro país.
Bolivia ya ha demostrado muchas veces que no es terreno fácil para ningún proyecto dictatorial.