Medio: El Día
Fecha de la publicación: martes 04 de diciembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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En nuestra Bolivia, resulta que le pedimos demasiado al sistema político, a las instituciones del Estado; la mayoría de ellas plagio descarado de otras latitudes; se cree que el problema está fuera de nosotros, que no nos compete asumir responsabilidad alguna por las crisis que atravesamos. Pues no es así, porque si una característica posee como peculiar la política es el hecho de ser el respaldo de la convivencia en común, mas no la solución, en ningún caso el fin de realización de la individualidad; menos aun la forma de vida de una sociedad. Cuando no se conoce de política, no se cuestiona la misma, sobre todo, cuando no se la estudia, se paga el precio de ingresar en un mutismo colectivo de conformismo y apatía; males sociales por demás dañinos en términos de desarrollo social.
¿Cómo llegamos a gestar una mudez ante lo absurdo o un miramiento hacía otro lado?, ¿dónde quedó el compromiso de la denuncia ante la estupidez? Atrás, en nuestra historia, quedaron hombres panfletarios que revivían las letras en una prosa de pensamiento hecho carne; sujetos como el “chueco” Céspedes”; estudiosos de la sociedad y sus fisuras como Zavaleta Mercado, lazarillos de la nación como Carlos Montenegro, cuyo aporte forjó no solamente el pensamiento de un partido político, el MNR; sino de una generación de políticos que resucitaron la democracia y la interpretaron conforme a la coyuntura clasista post-guerra del Chaco, que pasó por nuestra trayectoria humana como una cita ineludible para construir un sentido de patria.
Podría mencionar tantos otros en esta pléyade de comprometidos ciudadanos, incomprendidos y escasamente leídos algunos, por la genialidad de su pluma, como Franz Tamayo o Fernando Diez de Medina; exhaustivos inquisidores de la historia como Gabriel René Moreno o Humberto Vásquez Machicado; sin embargo, no solamente son los prohombres quienes forjan un sistema propio, cuestionándolo, perfeccionándolo, o incluso negándolo como Fausto Reinaga. Es también la conjunción de contextos que acaecen, los que van a marcar a fuego la respuesta de los actores políticos.
Hoy en día vivimos en una coyuntura digitalizada, donde el debate dialógico en centros e instituciones tradicionalmente llamadas a realizarlo, como las universidades, los comités cívicos o las plazas públicas, en último caso; se encuentran vacías de debate, de personas que levanten su voz que reverbere como un coro en torno a criterios de cambio. Lo que acontece ahora es la hemorragia participativa online de la población, defendida como soberano o como pueblo, a través de redes sociales, de plataformas digitales que dicen todo sin decir nada, al menos no en la pureza de contenido con la que se destilaba el mejor caldo de cultivo para patear tableros democráticos; los tiempos actuales hacen ruido en la red y callan en persona, más allá de una u otra marcha acostumbrada a verse en tierras bolivianas como parte del paisaje cotidiano. Las redes sociales son una válvula de escape para quienes no tienen el atrevimiento de hacer algo de valer con su vida, y no estoy hablando de realización personal o llegar a obtener éxito, lo que sea que signifique para cada quien la palabra éxito; a lo que me refiero es a conquistar logros colectivos, transformar la pasividad de la gente a través de provocaciones, incomodando su pereza política que consume promesas fáciles, que persigue cargos públicos tras alguna que otra candidatura; es muy reducido el grupo de personas que procuran hacerlo con el compromiso del filósofo encaminado hacia la verdad; pero existen, a esa actitud se llama convicción; necesario ingrediente si queremos romper el silencio en el que caímos después de una debacle más en tiempos plurinacionales: el cinismo de los actuales gobernantes y la seguidilla en el juego democrático de continuar la opereta en la que se convirtió la cita electoral en la que ya nos encontramos.
Nuestra realidad está virtualizada, pero nuestra comprensión de los alcances de esta situación debe ayudar a sopesarla, no a digerirla cual si fuera el mejor de los dulces; es tiempo de sincerarnos y reconocer que no es una democracia europea la que tenemos, por más que las normas del Estado quieran expresarse leguleyescamente en ese sentido; decir la mejor de las certezas en torno a nuestra ausencia de formalidad y que la moneda de cambio cotidiana es la informalidad e improvisación: no otra cosa puede deducirse de la conjunción de los actuales binomios políticos que buscan la preferencia de militantes, escépticos y nóveles votantes, que por cierto son la mayoría electoral (cerca al 50% tiene menos de 30 años)que menos idea tiene de lo que está en juego, o lo que significa romper el mutis del conformismo y la mediocridad. Una que otra voz se escucha por aquí y por allá, ¿será la nuestra una de esas? Juzgue el lector.