Medio: ANF
Fecha de la publicación: martes 27 de noviembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Si en una primera vuelta ningún candidato alcanza un número mínimo de votos y el voto nulo supera los votos conseguidos por cualquiera de estos candidatos, entonces éstos deben retirarse de la contienda electoral y los partidos políticos deben buscar nuevos candidatos. Es decir, el voto nulo les obligaría a abandonar sus candidaturas y obligaría a los partidos a buscar nuevos liderazgos. Podría resultar también en una cura para nuestro tradicional caudillismo.
Contenido
¿Recuerdan que hace poco menos de un año un coro de voces se sumaba a la opción del “voto nulo” en las elecciones judiciales? Ahora que vivimos una etapa pre-electoral ¿dónde están todas esas voces que mostraban al voto nulo como un voto protesta? ¿No es sospechoso este silencio?
En los últimos dos a tres años, una tendencia política se ha convertido en un fenómeno cada vez más fuerte: la radicalización de la política. Desde que los resultados del Brexit sorprendieran en el Reino Unido y en el resto del mundo, se han ido registrando resultados electorales que parecían mostrar que el mundo está optando por opciones más radicales en la política. La elección de Donald Trump demostró hasta a los más escépticos que no había vuelta atrás en este camino y, hace pocas semanas, la elección de Bolsonaro como presidente de Brasil parece haber marcado el ingreso de este fenómeno en América Latina.
¿Se trata del “regreso” de tendencias ultraconservadoras en la política, de rasgos autoritarios que nos recuerdan al fascismo de la primera mitad del siglo XX? Por un lado, Pablo Estefanoni ha hablado de estas tendencias “antiprogresistas” haciendo referencia al Manifiesto Comunista, indicando que “un fantasma recorre América Latina”. Por otro lado, no pocos consideran que esta tendencia es, en verdad, una “retirada de caretas”, en la que las personas están comenzando a mostrar lo que realmente son: misóginas, homofóbicas, racistas, xenófobas, etc.
Si bien este puede ser cierto para algunos casos, el profesor de filosofía Gustavo Bertoche Guimaraes, en un interesantísimo artículo, ha observado lo siguiente respecto al caso brasilero: “Lo siento, amigos, pero no es de un "machismo", de una "homofobia" o de un "racismo" del brasileño. La inmensa mayoría de los votantes del candidato del PSL no es machista, racista, homofóbica ni defiende la tortura. La mayoría de ellos ni siquiera son bolsonaristas”.
El profesor brasilero realiza una interpretación, para mi gusto, mucho más realista y adecuada acerca de lo que en verdad está detrás de la elección de Bolsonaro: El voto a Bolsonaro, no nos engañamos, no fue el voto a la derecha: fue el voto antiizquierda, fue el voto antisistema, fue el voto anticorrupción. En la cabeza de mucha gente (aquí y en los Estados Unidos, en las últimas elecciones), el sistema, la corrupción y la izquierda están ligados. El voto de ellos aquí fue el mismo voto que eligió a Trump allá. Y los pecados de la izquierda de allí son los pecados de la izquierda de aquí.
¿Qué tiene que ver esto con el clima pre electoral que estamos viviendo acá en Bolivia? ¿Tendremos a algún Bolsonaro o Trump entre los candidatos? No creo que ese sea el caso, pero considero que el análisis del profesor Bertoche nos debería apelar y debería ayudarnos a cuestionar el sistema electoral en Bolivia y el mundo.
¿Cómo es posible que el desgaste, el reproche y la rabia contra unos le hagan ganar votos a los otros? ¿Qué clase de legitimidad y gobernabilidad pueden tener aquellos gobiernos que han llegado al poder a través del voto castigo? ¿Cómo puede suceder que la gente que no comparte las ideas de un candidato sea capaz de darle su voto? Esto es posible porque el sistema electoral está diseñado así. La obligación de elegir entre el “menor” de dos males hace que las tendencias más radicales hayan ganado espacio. Pero fundamentalmente, hacen que la base de legitimidad del voto y de la gobernabilidad sea la rabia, el odio, la confrontación: “voté por ti sólo porque odio mucho a tu contrincante”. Quizás, entonces, ese viraje radical de la política no se encuentra tanto en el mismo Trump o en Bolsonaro, está en nosotros mismos y en el sistema que le da fuerza a esta lógica maquiavélica. Ellos, los candidatos radicales son, simplemente, personas que supieron identificar este fenómeno y utilizarlo a su favor.
Que en Bolivia no haya candidatos de esa envergadura no significa que estemos exentos de la radicalización de la política. Con el paso de los días se hace cada vez más evidente como la lógica del voto pareciera dividirse entre los pro Evo y los anti Evo.
¿Cómo se podría evitar que el mismo sistema electoral fomente este pensamiento radical? Legalizando el voto nulo. Si el voto nulo fuera legal (es decir si tuviera un efecto electoral, si contara) los electores no se verían obligados a dar su voto a un candidato con el que lo único que les une es su desprecio por el rival. Si quisieran mostrar su desaprobación por un candidato, y no simpatizan con ningún otro más, simplemente votarían nulo.
En los últimos dos a tres años, una tendencia política se ha convertido en un fenómeno cada vez más fuerte: la radicalización de la política. Desde que los resultados del Brexit sorprendieran en el Reino Unido y en el resto del mundo, se han ido registrando resultados electorales que parecían mostrar que el mundo está optando por opciones más radicales en la política. La elección de Donald Trump demostró hasta a los más escépticos que no había vuelta atrás en este camino y, hace pocas semanas, la elección de Bolsonaro como presidente de Brasil parece haber marcado el ingreso de este fenómeno en América Latina.
¿Se trata del “regreso” de tendencias ultraconservadoras en la política, de rasgos autoritarios que nos recuerdan al fascismo de la primera mitad del siglo XX? Por un lado, Pablo Estefanoni ha hablado de estas tendencias “antiprogresistas” haciendo referencia al Manifiesto Comunista, indicando que “un fantasma recorre América Latina”. Por otro lado, no pocos consideran que esta tendencia es, en verdad, una “retirada de caretas”, en la que las personas están comenzando a mostrar lo que realmente son: misóginas, homofóbicas, racistas, xenófobas, etc.
Si bien este puede ser cierto para algunos casos, el profesor de filosofía Gustavo Bertoche Guimaraes, en un interesantísimo artículo, ha observado lo siguiente respecto al caso brasilero: “Lo siento, amigos, pero no es de un "machismo", de una "homofobia" o de un "racismo" del brasileño. La inmensa mayoría de los votantes del candidato del PSL no es machista, racista, homofóbica ni defiende la tortura. La mayoría de ellos ni siquiera son bolsonaristas”.
El profesor brasilero realiza una interpretación, para mi gusto, mucho más realista y adecuada acerca de lo que en verdad está detrás de la elección de Bolsonaro: El voto a Bolsonaro, no nos engañamos, no fue el voto a la derecha: fue el voto antiizquierda, fue el voto antisistema, fue el voto anticorrupción. En la cabeza de mucha gente (aquí y en los Estados Unidos, en las últimas elecciones), el sistema, la corrupción y la izquierda están ligados. El voto de ellos aquí fue el mismo voto que eligió a Trump allá. Y los pecados de la izquierda de allí son los pecados de la izquierda de aquí.
¿Qué tiene que ver esto con el clima pre electoral que estamos viviendo acá en Bolivia? ¿Tendremos a algún Bolsonaro o Trump entre los candidatos? No creo que ese sea el caso, pero considero que el análisis del profesor Bertoche nos debería apelar y debería ayudarnos a cuestionar el sistema electoral en Bolivia y el mundo.
¿Cómo es posible que el desgaste, el reproche y la rabia contra unos le hagan ganar votos a los otros? ¿Qué clase de legitimidad y gobernabilidad pueden tener aquellos gobiernos que han llegado al poder a través del voto castigo? ¿Cómo puede suceder que la gente que no comparte las ideas de un candidato sea capaz de darle su voto? Esto es posible porque el sistema electoral está diseñado así. La obligación de elegir entre el “menor” de dos males hace que las tendencias más radicales hayan ganado espacio. Pero fundamentalmente, hacen que la base de legitimidad del voto y de la gobernabilidad sea la rabia, el odio, la confrontación: “voté por ti sólo porque odio mucho a tu contrincante”. Quizás, entonces, ese viraje radical de la política no se encuentra tanto en el mismo Trump o en Bolsonaro, está en nosotros mismos y en el sistema que le da fuerza a esta lógica maquiavélica. Ellos, los candidatos radicales son, simplemente, personas que supieron identificar este fenómeno y utilizarlo a su favor.
Que en Bolivia no haya candidatos de esa envergadura no significa que estemos exentos de la radicalización de la política. Con el paso de los días se hace cada vez más evidente como la lógica del voto pareciera dividirse entre los pro Evo y los anti Evo.
¿Cómo se podría evitar que el mismo sistema electoral fomente este pensamiento radical? Legalizando el voto nulo. Si el voto nulo fuera legal (es decir si tuviera un efecto electoral, si contara) los electores no se verían obligados a dar su voto a un candidato con el que lo único que les une es su desprecio por el rival. Si quisieran mostrar su desaprobación por un candidato, y no simpatizan con ningún otro más, simplemente votarían nulo.
Supongamos por un momento que las reglas electorales son las siguientes: si en una primera vuelta ningún candidato alcanza un número mínimo de votos y el voto nulo supera los votos conseguidos por cualquiera de estos candidatos, entonces éstos deben retirarse de la contienda electoral y los partidos políticos deben buscar nuevos candidatos. Es decir, el voto nulo les obligaría a abandonar sus candidaturas y obligaría a los partidos a buscar nuevos liderazgos. Podría resultar también en una cura para nuestro tradicional caudillismo.
El sistema y el voto resolvería todos los problemas que hoy están en manos de la interpretación de unos cuantos funcionarios. ¿Recuerdan que al inicio les pregunté si no les parecía sospechoso este silencio? Sucede que si el voto nulo fuera legal, el voto castigo podría ser canalizado de forma pacífica y los partidos políticos no tendrían opción de capitalizar políticamente la rabia de la gente. Y eso, hoy por hoy, no le conviene ni al oficialismo ni a la oposición.