Medio: El Potosí
Fecha de la publicación: miércoles 28 de noviembre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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La oposición nunca tuvo la capacidad organizativa para conformar un solo frente de resistencia y, por consiguiente, tampoco un plan de acción para la lucha. Las declaraciones esporádicas, las protestas aisladas, las denuncias sobre corrupción; en fin, todo eso, no son sino un tiro al aire. Como resultado, lo que se ve no es el mérito del vencedor sino la incapacidad del derrotado. El Gobierno tiene en los sindicatos su principal apoyo corporativo y los partidos neoliberales, desde la poblada de octubre, no se han levantado de la lona. Ahora se renueva la antigua lucha entre sindicatos y partidos.
Pocos dudan, o tal vez nadie, que la balanza del Tribunal Supremo Electoral (TSE) se inclinará en favor del oficialismo. Por la amenaza expresada, los vocales no pueden equivocarse; si se equivocan, “deberán atenerse a las consecuencias”, como dijo un sujeto de las listas azules. Aún no se sabe qué sanción tendría el desacato ni qué recompensa la sumisión; pero los vigilan de cerca, los tienen acosados. El 8 de diciembre próximo será, por eso, un día especial. Si el TSE se pronunciara por la ley, sería un acto de gran dignidad institucional; de lo contrario, para el oficialismo será una catástrofe.
Por ahora, tenemos otra catástrofe a la vista. Se creía que en las próximas elecciones participarían nuevos actores. Una democracia –si funciona– genera en el tiempo sus recursos humanos. En algo más de una década no hubo renovación ni de partidos ni de personalidades políticas. Las llamadas “plataformas” y los “colectivos” no son sino la rebelión espontánea y dispersa de ciudadanos disconformes; faltó la presencia de un líder para convertir esa fuerza potencial en una corriente política. En 2006 se produjo el apoyo a la nueva figura, principalmente porque la ciudadanía estaba cansada de soportar al viejo régimen y sus falencias; la misma razón hay ahora para decir a Morales que sea vaya.
La democracia se halla ante el inminente peligro de ser sustituida por un régimen autoritario. Esa intención no es de ahora; la Asamblea Constituyente se identificó como plenipotenciaria, originaria y fundacional, con un caudillo cuya permanencia en el poder estaba definida desde el primer día. “Hermanas, hermanos: no estamos de paso; hemos venido a quedarnos”. Todas las “estrategias envolventes” no tienen otro propósito. La que está en curso –contra viento y marea– es en realidad el epílogo eventual de ese viejo anhelo.
Y no obstante, aún había cierta esperanza en que la oposición lograra constituir una sola fuerza, con objetivos políticos como la reimplantación de la democracia, la independencia de poderes, el respeto a los derechos humanos y la libertad de expresión. Por lo menos en primera instancia, no había otra mejor razón para articular una alianza. Después, pero ya en el marco de la democracia, se discutirían otras cosas.
Por la debilidad y la carencia de liderazgo político, la situación de la democracia en Bolivia es preocupante. Hay la intención manifiesta de imponer el binomio antiguo, ignorando la voluntad del electorado nacional. A ello se suma la desgracia de que la oposición improvisa todo: partidos y candidatos. En cambio, el oficialismo ha empezado ganando, pues nadie negará que fue un éxito la estrategia de promover tantos “partidos” opositores. La mediocridad obsecuente le está demostrando, una vez más, su lealtad.