Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: miércoles 28 de noviembre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Los platos han sido quebrados. Revelando una grave falta de sentido común electoral, la oposición política relevante al autoritario y abusivo gobierno de Evo Morales y su crecientemente anticonstitucional e ilegal accionar se ha inscrito dividida en dos frentes políticos para participar en las elecciones primarias de enero de 2019.
Por un lado, está Comunidad Ciudadana (CC) –la alianza que parte presentando a Carlos Mesa como a su candidato presidencial–, y, por otro, Bolivia Dice No (BDN), la alianza que se supone llevará como su candidato presidencial a Samuel Doria, a menos que las primarias desordenen esto y le jueguen alguna posible –aunque poco probable– mala pasada al titular de UN.
La fractura opositora entre CC y el BDN es, para el análisis, la que interesa e importa: los restantes candidatos opositores aparecen desde un inicio condenados a un insignificante voto.
Tres son los bloques electorales que marcarán el destino político del país de 2019 en adelante: el MAS, CC y el BDN. A fines de 2018, de los tres bloques electorales relevantes, dos son mayores –el MAS y CC–, y uno menor, el BDN, por ahora bastante por detrás de los primeros. En términos de candidaturas, a fines de 2018 el candidato que puntea es Carlos Mesa, empezando a avanzar del 30% y más hacia el codiciado 40%, con un Evo Morales estancado en torno al 30% y pico, y con un Doria con alrededor del 10%.
En un contexto democrático electoral normal, el cuadro no podría ser mejor para la oposición. Una campaña inteligente y vigorosa les permitiría a Mesa y su vicepresidenciable –Gustavo Pedraza–, avanzarse hacia el 40% o más polarizando el voto adverso al MAS, consolidarse como el binomio ganador de una primera vuelta y asegurarse como el binomio gobernante en una segunda vuelta con el beneficio del voto opositor del BDN y de otros.
En un contexto de polarización electoral aguda, no sería descartable incluso la posibilidad de que CC gane su pase al gobierno en la primera vuelta, sacándole al MAS un ventaja de más del 10%, y produciéndose una debacle electoral del BDN, frente al que le podría ocurrir un desastre semejante al del MSM de Juan del Granado en 2014, cuando ese partido se derrumbó por debajo del 3% del voto.
Menos optimista podría ser el cuadro en caso de que CC cometa errores de campaña, no logre consolidar un equipo político y electoral suficientemente fuerte y eficaz, y/o trastabille en alguno de los imponderables electorales siempre presentes en la competencia democrática por el voto ciudadano. En tales casos, el binomio Mesa-Pedraza podría perder la posibilidad de polarizar el voto a su favor, estancándose presumiblemente en torno al 30% y pico; abriendo terreno para que el MAS recupere en algo, muy parcialmente o más, su fuerza electoral de años antes, y posibilitando que el BDN y sus candidatos superen la barrera de su actual potencial, próximo al 10% ,para avanzar hacia un 15% del voto o más o menos.
Una campaña muy bien encaminada y potente del MAS, una muy mala campaña de CC y una muy buena campaña del BDN –en realidad falta un año para entrever lo que pudiera pasar– podrían abrirle al MAS la posibilidad de salir con el binomio más votado en una primera vuelta, aunque difícilmente darle la victoria suficiente como para que el MAS se haga del gobierno en tal primera contienda.
Solamente un ascenso electoral muy fuerte del BDN –poco probable– a expensas muy grandes del potencial de voto de CC podría asegurarle al MAS que este partido se haga cargo del gobierno por una cuarta vez en una primera vuelta.
En un contexto democrático electoral normal, en todo caso, las perspectivas de la oposición se mostrarían muy favorables a pesar de incluso con todos los sinsabores electorales propios de la democracia. Pero no estamos en un contexto democrático electoral normal. Este es el dato drástico que no se puede soslayar, que no se debe omitir. Vivimos en un contexto político y electoral anómalo, marcado por un gobierno que no cree en la democracia.
En ese marco, la fractura entre CC y el BDN y el que finalmente CC y el Movimiento Demócrata Social (MDS) no se hayan aliado amenazan con producir un desastre para la oposición, allanándole al MAS la ruta para continuar con su abyecta y decidida destrucción de la democracia en Bolivia. El naufragio del potencial acuerdo electoral entre el bloque encabezado por Carlos Mesa y la fuerza política presidida por Rubén Costas –un naufragio que debió evitarse– ha dejado a la oposición en manos de la iniciativa política del MAS y de su inconducta antidemocrática.
Y es que ahora que se ha producido la división de la oposición en dos alianzas –CC y el BDN–, Evo Morales puede buscar despedazar el voto opositor con la decisión de anular la por hoy poderosa candidatura electoral de Carlos Mesa. Evo Morales puede ordenar la inhabilitación de Carlos Mesa como candidato –judicializando una vez más la política–, e intentar así hacer añicos a una oposición que otra vez no ha sabido unirse.
El MAS –que podría atreverse a inhabilitar a Carlos Mesa como candidato, llevando hasta las últimas consecuencias sus acusaciones contra éste en el caso Camargo Correa–, jugará con fuego. Quien desestime esta posibilidad seguramente no comprende el carácter del gobernante que busca quedarse al mando de Bolivia indefinidamente. La oposición relevante en Bolivia ha desestimado esa posibilidad y va dividida.
Ricardo Calla Ortega es sociólogo.