Medio: El Periódico
Fecha de la publicación: lunes 19 de noviembre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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De ver, escuchar y leer lo que en ellas se difundía, dándolo casi como palabra sagrada, fuimos “descubriendo” que presentaban grietas, surcos y grandes hendiduras en su confiabilidad. Nosotros mismos evidenciamos que podíamos mostrar lo que sea y eso fue lo que abrió la susceptibilidad en este poderoso instrumento que, de comunicarnos y servirnos, pasó a ser un escenario del que tenemos que cuidarnos.
Los profesionales de la comunicación política coinciden en que las redes sociales no hacen candidatos ni tampoco ganar elecciones, aún otros medios tradicionales tienen mayor influencia, es el caso de la televisión, lo que no significa que las redes deban ser subestimadas, muy por el contrario. En el esquema actual, en el que nos sumergimos en un proceso electoral altamente cargado de emotividad, los candidatos y fuerzas políticas apuestan de inicio a servirse de las redes sociales, por su llegada masiva y facilidad de expansión del mensaje, por los bajos costos que se manejan en relación a una campaña en medios de comunicación y por la facilidad de esconder la mano del que arroja la piedra, es decir, es sencillo ocultar la identidad de quien ataca, insulta, calumnia o vierte una notica falsa y manipulada. Es duro decirlo así pero es la realidad, a eso dan lugar también, a que el anonimato se convierta en un arma poderosa usada sin reparos, las cuentas falsas en Facebook, Twitter, Instagram, etc, hacen que se identifique que más que proponer y dar a conocer iniciativas propias que planteen soluciones a problemas estructurales del estado y la sociedad, los políticos se concentran en desmerecer al otro, atacar su credibilidad, desprestigiar su reputación y a hacer todo lo que le reste ante la opinión pública… en otras palabras, ganar a costa del otro más que por méritos propios. Dios nos libre de la guerra digital y de quienes la impulsen, venga de donde venga.