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Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: sábado 17 de noviembre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Sin duda, las elecciones generales del próximo año tienen un conjunto de factores, de forma y de fondo, que las ubican en un espectro sumamente singular y especial.
De entrada, la obligación de ingresar a un proceso interno eleccionario previo, para “elegir” las candidaturas del binomio presidencial, marca una significativa diferencia con las últimas dos elecciones, 2009 y 2014, celebradas en el marco del nuevo texto Constitucional.
Este proceso vinculante, que estaba previsto para 2024, fue, en todo caso, una movida política estratégica de los “demonios azules” para habilitar legalmente, más no legitimar, la candidatura del binomio oficialista, más allá de los resultados de la consulta popular del 21F.
Esta dinámica, fuera de los cálculos oficiales, aceleró prematuramente la carrera electoral, pues obligó a las fuerzas políticas a decidir aspectos trascendentales como la definición de sus candidaturas, por un lado, así como acuerdos y alianzas, por el otro.
Como queriendo evitar la conformación de un gran bloque opositor, establecieron como fecha límite para el registro de alianzas el martes 13 de noviembre, generando una gran expectativa en torno a esta fecha límite. Los medios de comunicación y el ambiente político habían alimentado una falsa esperanza: la presentación de un gran bloque que aglutine a todas, o a la mayor parte, de las fuerzas opositoras.
Luego del cierre, la información oficial da cuenta del registro de dos alianzas: el Frente Revolucionario de Izquierda (FRI) con Soberanía y Libertad (Sol.Bo), encabezada por Carlos Mesa, denominada Comunidad Ciudadana, y; Unidad Nacional, de Samuel Doria Medina con el partido Demócrata Social, liderado por Rubén Costas, denominada “Bolivia Dice No”. Estos registros diluyen definitivamente la posibilidad de aquel gran frente opositor esperado.
Sin embargo, cabe preguntarse sí, en estas singulares circunstancias, es imperativo conformar un gran frente que aglutine a todas las fuerzas políticas de la oposición, sin constatar que existen dilatados segmentos electorales nutridos de un gran sentimiento “antievista” y “antimasista”, similar al sentimiento “antipetista” en el Brasil. ¿Vale la pena juntar la oposición tradicional con la oposición emergente?
Los datos empíricos, de elecciones con circunstancias similares, indican que no. El caudal de votos, de esos dilatados segmentos electorales hastiados con el gobierno de turno en ningún caso migra a los candidatos opositores tradicionales, quienes también son víctimas de un repudio significativo. Casi siempre, esos votos son capitalizados por los denominados candidatos outsiders (marginales). Salvando las distancias conceptuales y el pasado de Carlos Mesa, hoy él se constituiría en ese singular candidato “outsider”.
En ese horizonte, desde ningún punto de vista, conviene a él y a su eventual partido concretar y concertar alianzas con la oposición tradicional. Ciertamente, hay alianzas que suman. Pero, también, claro, hay sumas que restan. Y, esto último, sucedería con Mesa si concreta alianzas con los políticos tradicionales como Paz Zamora, Doria Medina, Tuto Quiroga o Rubén Costas.
Alianzas de esa naturaleza favorecerían en sumo grado al oficialismo en su estrategia de reproducción del poder, pues en sus tácticas discursivas y de campaña, pondrían a todos ellos en la misma “bolsa” de políticos tradicionales, donde no se observaría renovación alguna.
En ese marco, para diferenciarse y al mismo tiempo aislarlos de la carrera electoral, los estrategas de Carlos Mesa, deben y tienen que propiciar un escenario político-electoral polarizado: entre el candidato oficialista “ilegal” y el único que eventualmente tendría posibilidades de hacerle frente. Este contexto, sistemáticamente, marginaría a la oposición tradicional.
El éxito de Mesa residiría entonces en la dinámica y agudización de este escenario polarizado. Eso implica, para Mesa, el abandono de sus posturas pusilánimes. Debe munirse de gran valentía para atacar rudamente al caudillo que pretende eternizarse en el poder. A la postre, eso le representaría reconocimientos y gran respaldo ciudadano, sobre todo en esos dilatados segmentos electorales medios, hastiados con el “proceso de cambio”.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón