Medio: El Día
Fecha de la publicación: domingo 18 de noviembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Una de las tareas que se propuso el “proceso de cambio” a partir de la ruptura de la democracia de pactos fue precisamente salir de ese pantano que nos impedía llegar a un consenso nacional. Pocos años después se dijo que aquel empate se había terminado, pero hay señales de que sigue intacto y que se ha vuelto más amenazante.
La mejor arma identificada por los impulsores de la denominada “revolución cultural” fue la inclusión, aunque antes había surgido ya la mejor estrategia para conseguirlo, pues la peor forma de exclusión es impedirle a la inmensa mayoría de los bolivianos el ejercicio de su libertad, de su autodeterminación, de la administración de sus recursos y la construcción de su desarrollo.
Con el surgimiento del movimiento autonómico se puso más evidente que nunca que la mayor causa del atraso y la pobreza es el centralismo; ese que consume casi el 90 por ciento de los fondos públicos, ese que concentra la mayor parte de los recursos en un solo ministerio, que parte y reparte, que fija las prioridades, que impone proyectos y caprichos, que se maneja en helicóptero volanteando cheques sin ningún criterio y tratando de dar la sensación que se cumple.
El régimen aplastó la autonomía, la persiguió y la traicionó para montar un monopolio nunca antes visto en el manejo del poder y de las riquezas del país, para controlar todos los hilos del poder republicano y dejar sin voz incluso a los indígenas y campesinos que decía proteger y defender y cuya representación está en manos de impostores que se robaron plata e ilusiones y que se han vuelto los mejores cómplices de la estafa.
Con las autonomías surgió un nuevo paradigma político nacional, contrario al proyecto andinocentrista fracasado. Los proyectos, las ideas, los consensos y la fuerza comenzaron a brotar desde las regiones con mayores chances de conseguir el desarrollo y una administración más eficiente de los recursos nacionales. Ese fenómeno, que en realidad es el único modelo político de gobiernos locales y regionales que ha llevado a muchos países a convertirse en potencias mundiales, se convirtió en una amenaza para el proyecto totalitario del oficialismo que no ha hecho más que despilfarrar el capital económico y político que se aglutinó en 2005.
Al cabo de trece años, el país está más desmembrado que nunca, más enfrentado y con dicotomías más profundas, pues ahora no se trata solo de la división oriente-occidente, sino campo-ciudad, campesinos-habitantes urbanos, etc. Eso se expresa perfectamente en las alianzas políticas que se han presentado, que buscan capitalizar votos en “feudos” distintos. En ese escenario no solo es urgente retomar el debate de la autonomía sino profundizarlo hacia el federalismo.
Al cabo de trece años, el país está más desmembrado y polarizado que nunca, más enfrentado y con dicotomías más profundas, pues ahora no se trata solo de la división oriente-occidente, sino campo-ciudad, campesinos-habitantes urbanos, etc.