Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: viernes 08 de diciembre de 2017
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones judiciales
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Vivimos en una sociedad en la que ya no existe una línea divisoria que permita diferenciar la sociedad civil de la política. Si antes –en caso de conflicto– se tenía a un enemigo claro que combatir (llámese Estado dictatorial, neoliberal, etc.), hoy son las hordas de los Sectores Sociales (otros ciudadanos), los encargados de controlar a la sociedad. Los representantes de las esferas políticas se confunden con dirigentes y grupos de la sociedad civil siendo, incluso, sus portavoces o presentándose como sus milicias de protección. Ese traslado del enfrentamiento hacia la relación inter-ciudadana, no sólo sucede en el campo de lo político, sino en el desenvolvimiento de la vida cotidiana en general, donde las actitudes punitivas y controladoras de los ciudadanos sobre los otros ciudadanos, se visibilizan en cada intervención de revisión de mochilas, en la multiplicación de cámaras repartidas por toda la ciudad, en los distintos sistemas de alarmas en los barrios, en los múltiples pedidos de módulos policiales, etc. Ello se da en un marco (muchas encuestas lo muestran), de desconfianza absoluta de la labor de las entidades de gestión pública, acompañado de un encierro –a la defensiva– de los miembros de estas organizaciones en sí mismos, reflejado en una tendencia cada vez más grande de desoír –o incluso impedir– voces críticas, demandas ciudadanas, protestas, y, en los casos extremos, ignorar las decisiones del siempre –y discursivamente– mentado “soberano”, procediendo a mancillar derechos ciudadanos básicos, vulnerando normas y reglas de juego, siguiendo el ejemplo de otros pisadores de decisiones ciudadanas (el homenaje a Obiang, otro de los acontecimientos de estos albores de fin de año, es un ejemplo).
En este contexto de crisis (institucional, de valores, de democracia, de ética e incluso de estética), donde la división de poder no funciona, las entidades encargadas de proteger a los ciudadanos los amenazan en caso de crítica, los encargados de hacer respetar la constitución y las normas son los que la vulneran ¿Qué nos queda? Una primera opción es la de apartarnos y, siguiendo a Cándido, empezar a cultivar –“ciegos, sordos y mudos”- nuestros jardines en el mejor de los mundos. La otra, el verdadero desafío, reaccionar, buscando nuevas alternativas para hacerlo, recuperando desde el debate, el cuestionamiento, la salida a las calles, hasta –lección de los jóvenes– la risa y la burla; en todo caso reconquistar nuestra capacidad de construirnos, desde abajo, como sociedad autónoma.