Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: jueves 15 de noviembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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De la genialidad del escritor y filósofo Stefan Zweig, surge una de las más brillantes definiciones de Maximilien Robespierre, “el Incorruptible”: “A todos ha eliminado ese hombre insignificante, ese hombre pequeño y enjuto de rostro pálido y biliar, de frente baja y retirada, de ojos pequeños y acuosos, miopes, que, anodino, estuvo largo tiempo oculto por las gigantescas figuras de sus predecesores. Pero la guadaña de la época le ha despejado el camino; desde que Mirabeau, Marat, Danton, Desmoulins, Vergniaud, Condorcet, es decir, el tribuno, el agitador, el caudillo, el escritor, el orador y el pensador de la joven República, han sido liquidados, él lo es todo en una sola persona: Pontifex maximus, Dictator y Triumphator”.
Zweig, resume, enfáticamente, la trayectoria de un hombre que en sus inicios fue un ferviente defensor de la libertad de prensa y protector de los más desposeídos. Líder de los jacobinos y afín a las ideas de Rousseau, ese ‘hombre insignificante’ se oponía tenazmente a la pena de muerte y reivindicaba la educación gratuita. Era, pues, un triunfador indiscutible de la Revolución Francesa. Pero de pronto, la transformación de “el Incorruptible” se hace evidente y terrorífica. Nadie creía en nadie ni en nada. Una ola de violencia y muerte se presentaba como la única vía para los que consideraba, los enemigos de la revolución. Quienes se oponían a sus mandatos, acababan, sin remedio, en la guillotina. A todo esto, se sumaban los rumores, la intriga, el oportunismo y la conspiración de el advenedizo y locuaz Joseph Fouché. Zweig también tiene calificativos para él: “Traidor nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista”.
Virtud y terror, como el mismo Robespierre llamaba a su régimen, pronto desencadenaría en algo más tenebroso, la proclama de el culto al Ser Supremo como religión oficial.
Robespierre creía en la libertad y la democracia, sin embargo, su poder, que obligaba a obedecer sin oposición, pudo más que cualquier espíritu libertador. “Si el principal instrumento del gobierno popular en tiempos de paz es la virtud, en momento de revolución deben ser a la vez la virtud y el terror: la virtud, sin la cual el terror es funesto; el terror, sin el cual la virtud es impotente.”
Para principios de octubre de 1793, Robespierre ya se había liberado de una buena cantidad de la oposición girondina. Ese partido político moderado con un fuerte discurso federalista que pertenecía en su mayoría a la burguesía. Tras una secesión que concluyó en una gran revuelta en defensa del federalismo. El proceso a 21 girondinos terminó en una condena a muerte en la guillotina el 10 de brumario, año II (31 de octubre de 1793).
Finalmente, el 28 de julio (10 Termidor) de 1794, junto con sus ayudantes más cercanos, el Incorruptible Robespierre es acusado de imponer una dictadura y es condenado, paradójicamente, a la guillotina.
Más de dos siglos después, salvando las distancias de tiempo, historia, logros y apogeos, parece que la cabeza de Robespierre aún rueda sobre la mesa de muchos políticos de terror y sin nada de virtud. Hasta ahora, el fantasma de ese hombre pequeño y enjuto de rostro pálido y biliar, vaga inmisericorde y reencarna, en forma de criatura monstruosa y tiránica, en cada político que esté dispuesto a rifar y poner en zozobra la ética, la institucionalidad y las libertades.
En Bolivia, el desgobierno y la aguda crisis política, a la cabeza de Evo Morales Ayma y el MAS, ya se han cobrado la estabilidad democrática, la igualdad y el respeto a las leyes.
En sus orígenes, Morales juraba respetar la Constitución Política del Estado, los derechos democráticos de los bolivianos y el respeto a las leyes como requisitos básicos para armonizar la sociedad. A esto, se sumaba su ¿bipolar? discurso con respecto a temas medioambientales: la biodiversidad, los recursos naturales y las áreas protegidas. 13 años después, ese discurso demagogo y oficioso está reflejado en una constante violación a la Carta Magna, a los derechos de los bolivianos a expresarse libremente, a los resultados transparentes del 21F, la alternancia y el respeto a disentir.
El flagrante atentado al TIPNIS y a los recursos naturales se remata, con la última perla de García Linera quién, a su estilo y recordándonos a Joseph Fouché, dice, muy suelto de cuerpo: “Ojo, las áreas protegidas fueron elaboradas por los gringos para guardarse nuestros recursos naturales para el día que se hagan cargo del país”. Sofista y intrigante, su discurso tiene toda la carga de la desinformación. Hasta ahora, lo que ha sabido hacer muy bien es eso: desinformar, confundir, dividir, especular y otra vez desinformar.
Para Evo, la justicia no es, ¿en algún momento lo fue?, una instancia sagrada que debe estar por encima de cualquier mortal.
“El problema que tuve con algunos abogados: tienen razón, hay que respetar las leyes, pero las leyes, las normas no pueden estar por encima del pueblo, las leyes hay que adecuar a las necesidades del pueblo boliviano”. Explica, con total convicción, que al “estar sometido ‘ley, ley, ley’ a veces no se puede hacer nada”. “Yo el Supremo”, diría el escritor paraguayo, Augusto Roa Bastos y también Robespierre, luego de haber sido poseído por el poder absoluto y convertido en un grandísimo dictador y sumo pontífice del terror. Así como el fantasma del Incorruptible se hace presente en forma de presidentes y gobiernos corruptos, también el de Fouché sazona la ensalada para que la intriga, la zozobra y la confusión reinen en este exótico y paradójico país.
Por gobiernos como los de Evo Morales, hay oposiciones como las que tenemos: inconsistentes, torpes, tontas, limitadas y arcaicas. Girondinos que se solazan al ver cómo podrían verse de presidentes y desde ahí agradecerse por haber llegado hasta tan importante trono. Ese es el punto negro de la oposición en este país. ¡Todos quieren ser presidentes!
El fetiche del poder es como un corto o largo orgasmo, dependiendo de cómo se ejecute el acto.
La oposición en Bolivia, cree, subconscientemente, que podría estar en las mismas condiciones en las que está Evo y sus llunk’us. Poco importa el trabajo unitario y colectivo, descollar a través de un discurso nuevo, comprometido, renovado, fresco y alternativo, pero sobre todo sacrificar ambiciones y poderes y asumir contratos con los ciudadanos para garantizar la vía democrática, la transparente, la ética y el respeto a las leyes.
Evo Morales y la oposición, juntos y bien revueltos. No distingo un grueso muro que los separe. Es MAS de lo mismo. Seguramente, a su estilo, Morales y su poderoso aparato político darán cuenta de la oposición a base de juegos sucios, chanchadas fabulosas y acusaciones asquerosas. Ya comenzaron por el que más sombra le podría hacer, Carlos Mesa. Entonces, como Evo es experto en bloquear y estar siempre en Offside, el decoro y lo políticamente correcto le importa un cacahuate. Lo importante es llevar el agua a su molino y la oposición, boba como es, entrará al juego.
Robespierre obligó a la Convención Nacional a expulsar a los girondinos y hacerse con todo el poder del gobierno y desde ahí a eliminar a todos los que consideraba sus enemigos de la revolución. Sin duda, en estos tiempos, la cabeza de el Incorruptible continúa rodando. Tras 13 años de Evomasismo, parece que Robespierre y Fouché, son fantasmas que deambulan inmisericordes, el lugar de sus apariciones, cuando menos, en nuestra politiquería criolla, son Evo y Álvaro, respectivamente.
Robespierre erró al creer que se podía alcanzar la virtud mediante el terror.
Evo, cree que se puede alcanzar la inmortalidad a través de las dádivas y la prebenda y también de las amenazas y las intimidaciones que, por supuesto, también son otras formas de ejercer el terror.
El autor es comunicador social.