Ninguno de los electos goza del respaldo ciudadano, los cubre un manto de ilegitimidad que hace de sus funciones una tramoya y que habilita a los ciudadanos a desconocer sus actos. No se trata de un poder constituido, se trata de una fuerza cuya existencia se debe íntegramente al favor del régimen que tuvo la osadía de imponerlos y obligarnos a votar, son el brazo jurídico de un régimen que a todas luces se orienta aceleradamente a esquemas totalitarios al mejor estilo fascista.

A estas alturas uno se pregunta qué efecto tuvo el descomunal presupuesto propagandístico que según una exministra del ramo alcanzaba un millón cien mil bolivianos/día. Once años en que el régimen intentó construir la imagen de un caudillo y su séquito y  solo bastó un día para refregarle en el rostro la inutilidad del multimillonario derroche. 

Ni con un millón diarios el régimen pudo arrebatarle al ciudadano el sentido de su libertad, y la victoria del 70% es un buen anuncio de lo que les pasa a los dictadores cuando creen que la conciencia ciudadana puede doblegarse frente a las pantallas de televisión tomadas por asalto.
Se avecinan días muy duros, porque la experiencia humana si algo ha dejado claro en la historia, es que  el engaño, la mentira, el amedrentamiento y la represión, este manejo oscuro y gansteril del poder,  son finalmente un bumeran que termina cortando la cabeza de los tiranos, en el caso boliviano con un añadido de vital importancia; el enemigo principal del régimen ya no son los neoliberales que tanto fustiga, son los que algún ingenuo soñador del masismo imaginó como la “generación Evo”. 

Mantenerse en el poder llevará a Evo Morales a sacrificar una generación que le dio la espalda porque, por donde se vea, en este país la democracia puede más que la dictadura.