Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: martes 06 de noviembre de 2018
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Uno de los mayores problemas de Evo Morales es que no se da cuenta de que no se da cuenta de nada. A veces pareciera que vive en otro mundo, como cuando hará un par de años anunciaba, al cambiar a un coronel, que en tres meses la policía abandonaría la corrupción… Y nunca más se tocó el tema.
Y como todos quienes lo rodean tienen pavor de des-congraciarse con quien decide el destino de su precaria existencia política y de su bolsillo, pues entonces ninguno se atreve a decirle nada, a aconsejarle nada, a corregirle nada. Y de tal manera, él se siente a sus anchas hablando de lo que sea por cuanto micrófono tenga a mano y seguro de hacerlo maravillosamente. Nada lo aplaca y sus huestes lo vitorean. Entre las decenas de cosas en que se parece tanto a Trump, está esa dolida observación de un republicano sobre el caso de Trump: que éste no ha podido efectuar la transición entre el candidato y el presidente. Se ha quedado en el candidato. Tal como Evo, que sigue en una campaña eterna.
Y ahí lo tenemos y lo oímos, desde el desayuno emitiendo sin parar, de un desatino al otro. O teniendo iluminaciones y visiones. Los 365 días del año.
Pero gran parte de los ciudadanos sí nos damos cuenta del cúmulo de dislates que produce –de obra, de palabra o ambas. Examinemos solo un caso en el que se demuestra la absoluta, infinitamente preocupante desconexión de Evo con la realidad.
Hace pocas semanas, estaba inaugurando una aberrante edificación, levantada en medio de la nada y que costó unos 70 millones de dólares (que pertenecían al Estado boliviano, es decir a usted, a mí y a todos).
Pero de tal adefesio, de aquí a unos 10 años sólo quedarán escombros. Lo hicieron en San Benito, Cochabamba, para la menos mal extinta Unasur, ese club de dictadorzuelos y aspirantes a serlo, que (previsiblemente) duró aún menos que el acabado de su salón de fiestas.
Pero, una vez terminada la construcción para nada y en medio de la nada, Evo no pudo con su manía inaugurera (cree que eso es “gobernar”). En vez de siquiera disimular, tratar de que pase desapercibido el derroche monumental y tonto, en vez de pensar algo para salvar o disimular el caso, todo lo contrario: una estrepitosa ‘inauguración’. Soltó ideas que ya rebasan lo más patéticamente grotesco: que esas instalaciones (de unos 70 millones de dólares) pueden usarse ahora para matrimonios o graduaciones (puesto que –menos mal– ya no sirven para lo que se las soñó). Es decir, el cocalero/presidente ni se da cuenta, ni se percata, del carísimo lodazal del sinsentido en que anda hundido. ¿O lo dijo en chiste? En todo caso, apuesto que ni para graduaciones nadie querrá el ‘local’, en medio de la nada y seguro que sin ni agua.
Pero muy suelto de cuerpo, sin la menor vergüenza, Evo cuenta que con su cómplice, el “hermano Álvaro” decidieron, “con mucha inteligencia” tirarse todo ese fantástico dineral en la construcción, que ni bien inaugurada ya es fantasma. ¡Y lo dice como anotándose otro ‘inteligente’ mérito! Por lo visto no pasó por su cabeza, ni por un instante, que estaba ante un fracaso total, vergonzoso y varias veces millonario en un país de pobres. Evo, simplemente, ignora la realidad. Así como ignora que la mayoría de los bolivianos le dijeron que se vaya.
Ejemplos como este o peores los hay por docenas. Si hubiera un Directorio de Idioteces en Bolivia, ya estaría en su décimo tomo.
El espacio ya no nos da para comentar esta otra belleza última, una joya entre los dichos de Evo: que los maestros deberían trabajar, desde ahora, “¡ocho horas diarias”! ¿Qué dirán los futuros historiadores que lean centenares de declaraciones así? ¿O es que el presidente de los bolivianos, pensando en su retiro, está queriendo fundar una academia de chistes (socialistas) y lo hace tan astutamente que nadie se da cuenta todavía?
El autor es escritor