Medio: El Deber
Fecha de la publicación: domingo 04 de noviembre de 2018
Categoría: Representación Política
Subcategoría: Acoso y violencia política
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Es dramático y verdaderamente doloroso que cada semana recibamos noticias no solo de agresiones, que ya suman miles en lo que va del año, sino también de feminicidios. Hasta septiembre habían ocurrido 85 y de entonces a la fecha aumentan los casos y ya superan a los que se registraron el año pasado. Hace algunos días se supo de un policía que asesinó a una secretaria, ambos trabajaban nada más y nada menos que en el Ministerio de la Presidencia. Sin llegar a extremos fatales, la expareja del diputado masista, que también es presidente de la Brigada Parlamentaria Cruceña, Henrry Cabrera, lo denunció por violencia sicológica y física, mostró fotografías de las lesiones y dijo que temía a las represalias por el poder que ostentaba el representante cruceño. El Ministerio Público recibió la sindicación, pero no apresuró las investigaciones. A los pocos días, la víctima desistió del proceso y desapareció del radar público sin mayores explicaciones. No se trata del primer legislador con este tipo de acusaciones. Hubo varias denuncias en el Poder Legislativo que han involucrado tanto a oficialistas como a opositores. No todas han sido sancionadas, a pesar de la Ley 348, que dice proteger a las mujeres de todo tipo de violencia y señala la obligación del Ministerio Público de seguir los casos “de oficio”. También hay agresiones que no salen a la luz y otras que involucran incluso a las primeras autoridades del país, cuando se burlan de las mujeres en torpes discursos en los que las reducen a simples objetos reproductores. También se conoce, desde hace ya varios años, denuncias de mujeres políticas que son acosadas por sus suplentes en algún cargo para obligarlas a renunciar y dejar los espacios de poder que ocupan a favor de los hombres. En suma, las mujeres aún están en condición vulnerable por la violencia de género. La promulgación de leyes no es suficiente y solo aparece como un escudo para tapar la realidad, que es la inacción de autoridades (hombres y mujeres) sobre este problema que va creciendo, lejos de disminuir y de ser erradicado.