Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: miércoles 06 de diciembre de 2017
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones judiciales
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Pluri-multi
Todos los caudillos son iguales
En rigor, el caudillo es la institución y su voluntad, la política pública. El deseo, el antojo del caudillo debe ser interpretado por sus obsecuentes para formalizar, idealizar, conceptualizar y transformar en política pública el antojo del jefe; no importa que las decisiones del caudillo sean irracionales o que no respeten la ley, esto no importa para nada, pues el caudillo está sobre la ley.
El deseo supremo del caudillo es la permanencia en el poder, su
prolongación, no en vano los caudillos se creen inmortales y sus
obsecuentes se ocupan de nombrarlos héroes, tatas, jefecitos, patrón,
iluminado, etcétera. Si los obsecuentes no actúan de esa manera, no
tienen posibilidades de mantenerse en el poder, la pelea por
mantenerse en el círculo del poder, cerca del caudillo, para gozar de
los poderes derivados, regalados, otorgados por el jefe, conduce a una
pelea de mal sabor en la cual la tarea fundamental es mostrar cuál es el
más obsecuente; es en la pelea de obsecuentes donde se definen los
cargos para “apoyar” al jefe.
El jefe no requiere consejeros, no requiere ideas que le aclaren el
pensamiento, precisa obsecuentes que lo aplaudan, que lo adulen, que le
recuerden cada instante que es el mejor de la historia. Los obsecuentes
inventan a los hijos del caudillo como los herederos de poder, en Corea,
en la China, en Argentina o en cualquier otro lugar.
El caudillo se mira cada día en el espejo, el espejo es fundamental en
su vida, al observarse en el trozo de vidrio, se mira cada vez más
grande; pero el obsecuente le corrige y le dice que no es grande, sino
que es gigante, que lo copa todo, que sus ideas ya rebasaron lo nacional
y que pueden ser universales, por eso, el caudillo no sólo quiere
cambiar su país, sino hacer su revolución en todo el mundo, pues se
siente poseedor del poder universal.
En su provincianismo, los caudillos creen que poseen físico y fuerza para modificar todo el orbe, para cambiar el sentido de la historia. Ellos no son presos de la globalización, sino que quieren dirigirla.
La ley importa nada para el caudillo, lo que es más importante es su
interés, su deseo, su capricho, su voluntad; el caudillo hace lo que
quiere, por eso explica que su palabra es la ley, que su voluntad es la
historia, sólo después sus abogados, otros obsecuentes, deberán dar
forma jurídica a las violaciones de la ley operadas por el caudillo. Si
la ley es un estorbo, el caudillo la viola, y mucho después, si se da el
caso, la cambia.
En los gobiernos con caudillos fuertes, la seguridad jurídica no existe y
no puede existir, lo que prima es inseguridad jurídica, pues la única
legalidad válida es la voluntad del caudillo. Los caudillos de izquierda
o de derecha son exactamente lo mismo, actúan de la misma manera, en
los dos casos, la norma es la violación de la ley, aplaudida por los
obsecuentes. En ambas situaciones, los caudillos llegaron al poder
ofreciendo nuevos valores, ética, lucha contra la corrupción, pero en su
ejercicio del poder repiten y amplifican las malas conductas de sus
antecesores, con la única diferencia que a estos últimos se los
criticaba o se pretendía juzgarlos.
En cambio, en el caso de los caudillos, las violaciones de la ley son
aplaudidas en nombre de la revolución. El dedo del caudillo es
fundamental, pues su índice levantado es la señal de la aprobación, y
cuando lo baja, hay tormentas, pues mucha gente puede ser juzgada o
exiliada.
En los regímenes de caudillo el Estado de Derecho no existe, tampoco el
derecho a la disidencia, la ley no es para que la respete el
caudillo, antes bien, es para meter en prisión los opositores o para
amenazarlos y callarlos, en eso consiste la judicialización de la
política.
En estos regímenes la justicia no existe, lo único omnipotente es el
índice del caudillo que decide quién es culpable y quién no lo es,
después los procesos judiciales son simplemente actos circenses en los
cuales los juristas deben formalizar lo decidido por el caudillo. Y que
se sepa, todo eso no es democracia.
Carlos Toranzo Roca es economista.