Medio: El Deber
Fecha de la publicación: viernes 26 de octubre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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En Bolivia suenan los tambores de guerra entre los adversarios políticos. Vuelve a escucharse la verborrea dantesca de los candidatos, unos dando sus primeros pasos en la palestra pública y otros regresan a la lucha levantándose de las cenizas. Empezarán las escaramuzas, mentiras y verdades, ataques y contraataques furtivos de los candidatos danzarines al mejor estilo de las damas árabes. Aparecerán globos de ensayo y un abanico de aspirantes a ocupar un escaño en la función pública.
Los posibles candidatos que emerjan de las primarias deben tener un proyecto cultural, laboral, socioeconómico y político de servicio público. Un candidato político debe ser coherente y entender la realidad del país para desechar lo malo y construir puentes sustentables hacia un mejor estándar de vida. Por ello, hay que fortalecer y crear bases sólidas para que se generen progreso y desarrollo, no regalando dádivas por un día, sino enseñando a trabajar para toda la vida. Los futuros candidatos no deben crear falsas expectativas ni esquemas mitómanos, porque es la crónica ridícula de la demagogia pérfida y hostil que trafica con los anhelos del pueblo.
Cuando un candidato no cumple lo que ha propuesto en las campañas proselitistas, consigue el desprecio del pueblo. Ellos se convierten en serios intelectuales de la mentira, que crearán anticuerpos nocivos para el buen funcionamiento de la gestión pública. Toda acción de los políticos debe ser consecuente.
El drama en la mayoría de los países del mundo es que aquellos que son elegidos por el voto popular traicionan los ideales de servir a la gente de forma pronta, eficiente y oportuna, y hacen de la función pública un crimen organizado con afectación de los bienes del Estado que, por derecho propio, le corresponde a toda la población y, no a pequeños grupos palaciegos que danzan al compás de la corrupción porque tienen el poder político de su lado.
La corrupción es perjudicial porque cercena la inversión pública. Los que ejercen y ejercerán un cargo público deben hacerlo con dignidad, porque cumplen un mandato y están sometidos al control social de la sociedad civil organizada. La política es una actividad humana regida por la moral. Por eso, las personas que desempeñan una función pública deben hacerlo con honestidad y responsabilidad.