Medio: El Potosí
Fecha de la publicación: jueves 25 de octubre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Así van surgiendo los partidos, con sus respectivos presidenciables. Tal vez la intención secreta es probar suerte; por ahí les cae siquiera un curul y la jugosa dieta por nada más que levantar la mano o cabecear en la Asamblea. Esta vez no parece ser tan simple. Los llamados opositores, además del cocalero, tendrán como rival al árbitro “bombero”. Es casi seguro que éste acatará una orden superior. ¿Y entonces qué harán aquellos? Aceptar, sería legitimar la ilegalidad. El no participar, peor todavía: sería un camino llano y expedito para la dictadura, como en Venezuela.
Y la pregunta dramática vuelve. ¿Entonces qué hacer? La mayoría de los políticos dan por hecho que el binomio será admitido. Y ante tal eventualidad, los potenciales candidatos han empezado la campaña proselitista: bailan al son que les toca el Gobierno. Hay dos oposiciones: la parlamentaria que a veces funciona como aliada del Gobierno; la otra, que grita en las calles el estribillo “Bolivia dijo No”, es una fuerza nueva, pero amorfa y sin liderazgo. No hay una labor conjunta entre las dos; cada una se dispara por su lado. Esta clase de oposición es fácil de vencer. Evo está feliz; se siente ya victorioso.
Globalmente vista, la democracia anda mal. En más de una década no pudo surgir una figura nueva en las filas de los políticos. Los dos bandos: oficialistas y opositores están en la misma situación. Aquellos no quieren desprenderse de su único caudillo porque temen que suceda como con UCS y Condepa, que desaparecieron a la caída de sus jefes. Detrás de Morales no hay nadie. Es como un monarca solitario aferrado al cargo. El edificio que se alza detrás del antiguo palacio es un símbolo de su soledad.
Y la oposición no está mejor. Proliferan grupos improvisados, caóticos y dispersos; semejan una tropa de soldados rasos, sin un capitán que los dirija. Es que no hay nadie que nítidamente sobresalga en la parda masa uniforme; todos se parecen y se sienten presidenciables. Ese es el origen de los “partidos” que proliferan como hongos. El oficialismo utiliza a los sindicatos como células políticas. Los partidos opositores –o los que ofician de tales– son incapaces de juntarse en una sola fuerza. Nunca han planificado una lucha conjunta; tampoco intentan ahora. Padecen miopía, no ven el bosque.
Antigua es esa pobreza de liderazgo. Incluso a la hora de fundarse la república en 1825 hizo falta una personalidad representativa y vigorosa que se hicieron cargo del Alto Perú. Porque era tierra de nadie, gentes extrañas de fuera se hicieron dueños de ella. Ahora ese problema parece haberse agudizado. Para el oficialismo no hay sino el único caudillo y la legión de beneficiarios que pululan a su alrededor. La oposición está exhumando figuras desgastadas del remoto pasado. La contienda será entre los viejos luchadores que vuelven y los azules de cara conocida.
Entre tanto, hay una nube de tempestad que amenaza. Viene sonando. Y en el suelo de esta patria desgarrada, la democracia espera inerme el paso del Atila y sus huestes.