Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: martes 23 de octubre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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No fue la niña quien la escribió, pero sí fue ella quien la dijo en voz alta, al oído del Presidente. El homenaje no era para él, sino para el Vice, cuyo nombre lleva la escuela, muy bien equipada, inaugurada este último domingo, en una de las poblaciones más dinámicas a orillas de la carretera de cuatro vías con las que hoy cuenta el Chapare.
Dice la rima recitada en el acto: “Llegó a México con verdadero anhelo de convertirse en un hombre puro y sincero”, aludiendo a la época en que el segundo mandatario marchó al norte, para sumergirse en el estudio de las abstracciones matemáticas. Es probable que quien escribió la rima esté protegido de error, porque su afirmación puede aplicarse a casi cualquier adolescente que ha concluido el bachillerato; más todavía, cuando precozmente ha exhibido empatía con los oprimidos, como lo propala la historia oficial.
Pero, ya no es posible ignorar, ni siquiera los más fieles, que aquellos impulsos han quedado sepultados por el profundo fango del cotidiano pragmatismo y el todavía más denso de la obsesión de perpetuarse en el control y la dominación. El viejísimo dicho católico, citado en el más conocido de los manuales revolucionarios, que “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”, vuelve a validarse en las prácticas y acciones del régimen.
La sinceridad se ha evaporado cuando un día se afirma: “En un referendo un voto hace la diferencia porque es la representación democrática de la mayoría” y resulta después que 136.382 votos de diferencia son “un empate”. Y, este no es el mayor, ni tampoco el único ejemplo. El jovencito de corazón puro, no tenía manera de sospechar que perfeccionaría el grado de profesional del embaucamiento, prometiendo a los campesinos la ira de los astros, si esquivaban sus directrices de cómo votar.
Lo que se aplica al Vice toca por igual al Presidente y al séquito que los acompaña y agasaja, porque si algunos pudieron invocar para justificarse el formidable empuje social del proceso constituyente que los llevó a ejercer sus cargos en un inicio, ninguno puede ignorar, a estas alturas, que todos los argumentos por la reelección apenas ocultan su aspiración a gozar de los derechos a la impunidad, a no rendir cuentas, ni asumir responsabilidades.
Ese lazo tan poderoso que los cohesiona puede todavía utilizar a su favor los sentimientos del considerable grupo de electores que temen que las cosas empeorarán si el actual equipo gubernamental no es reelegido, según lo detecta un reciente sondeo de opinión. Esa predisposición no se nutre de ideología, sino del conservadurismo sustentado también por el desencanto y la incredulidad de los que esperan que nada cambie, sea quien sea que se haga del control ejecutivo a partir de 2020.
La ingeniería de la campaña de reelección apuntará a ese público, explotando al máximo los temores que concita la posibilidad de un giro, con la certeza, además, de que todas las evidencias de corrupción y envilecimiento de la gestión pública no son suficientes para derrotar a la incertidumbre, menos aún, a la indefinición programática opositora y, peor, a las insinuaciones de que se aplicarán “shocks” o “correctivos estructurales”. En campaña y, peor en gestión directa, tales concepciones son póliza segura de derrota electoral, o de defenestración, si se contrabandean bajo cuerda en la agenda de un nuevo gobierno.
Para ganar en serio y auténticamente cambiar de rumbo toda nueva construcción debe fundarse en el respeto escrupuloso de la Constitución, cuya traición se ha hecho característica del régimen vigente.
La recuperación democrática o la reforma de la justicia, ambas indispensables, no conquistarán la sólida y extensa mayoría que se requiere para soslayar otro empedrado de infernal destino.
Libertad, democracia y justicia han de acompañarse con la certeza de que no faltará el pan, que educación y sanidad pública dejan de ser lemas de campaña, que efectivamente se respetará a los pueblos y a la naturaleza y que dejaremos atrás las tóxicas ilusiones del desarrollismo extractivista, para verdaderamente transformar nuestra economía, en hombros de nuestra creatividad, conocimiento, ingenio y decisión. Ahora, no mañana, ni después de resolver las presuntas contradicciones principales.
Roger Cortez es director del Instituto Alternativo.