Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: martes 23 de octubre de 2018
Categoría: Institucional
Subcategoría: Tribunal Supremo Electoral (TSE)
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En el seno de las instituciones bolivianas se están llevando a cabo procesos de degeneración y decadencia, como si el mismo partido oficialista estuviese agotándose debido a sus largos años en el poder. Es el signo o síntoma de la longevidad en el mando. No hay otro indicador más evidente de una enfermedad gubernativa, que aquél que se muestra cuando la supuración y la sangre manan debido a las heridas que se hacen los mismos camaradas de un partido, en los círculos de poder. Así sucedió en Bolivia con conservadores, liberales y nacionalistas revolucionarios. Así sucedió en todo el mundo. Y es que en la historia política universal, los más tercos y pertinaces regímenes cayeron más por una debacle interna de partido, que por una fuerza externa (la unión de los ciudadanos opositores, por ejemplo).
Hoy, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) tiene en sus manos una decisión importante desde muchos puntos de vista. Está en él decir si la Constitución se respeta o si se la deja de lado. Pero hay una decisión tal vez más relevante que el sacrosanto respeto que un pueblo digno le debe tener a su Carta Magna: la preservación de la dignidad nacional y la prevención de la que puede resultar una terrible guerra entre ciudadanos. Y dado que el poder oficialista ha copado varios círculos de poder (los cuatro órganos del Estado entre éstos), el TSE no se ha salvado de recibir la influencia de las pretensiones reeleccionistas de Evo Morales.
La inesperada renuncia de Katia Uriona a la vocalía (y presidencia) del Tribunal, revela que la desorganización y el desorden están haciendo de las suyas no solamente en los órganos Ejecutivo y Legislativo (donde hay serias disidencias entre los mismos afines al régimen), sino además en la institución encargada de organizar la contienda electoral de octubre de 2019. Con todo esto, ¿se puede esperar con confianza las elecciones del siguiente año?
Es muy probable, casi seguro, que la cara de Evo Morales esté impresa en la papeleta el domingo 27 de octubre de 2019. Eso es ya previsible. Pero hay algo peor. Si bien la tecnología y el control y celo ciudadanos procurarán que el proceso se lleve de la manera más transparente, no se puede confiar mucho de un poder que bien podría, incluso apelando a la violencia, amañar cifras y torcer números y cantidades. Con todo lo que se ha vivido, ¿se puede no esperar la elección sin escepticismo?
Ojalá esta crisis de instituciones sirviera para desgastar cada vez más a ese partido que ya lleva 13años en el poder… ¡lo malo es que esta crisis también repercutirá en lo bueno que queda en la intención del país: la organización de una elección nacional limpia! En una etapa en la que ya se ha lanzado la convocatoria para las elecciones primarias, la Sala Plena se queda con cinco miembros…
¿Puede no ser comprensible que los funcionarios del TSE no quieran seguir trabajando, sabiendo que andan con el dogal en el cuello para que el próximo 8 de diciembre Morales esté habilitado para ser candidato? Su labor debió haber sido un martirio. Pero esto no excusa del deber patriótico al que estaban llamados, deber que no era otro que el de salvar una democracia sistemática y gradualmente vapuleada.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas