Medio: El Día
Fecha de la publicación: sábado 20 de octubre de 2018
Categoría: Organizaciones Políticas
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En el ejercicio de la democracia representativa, las organizaciones políticas, de acuerdo a su alcance, podrán postular candidatas y candidatos para la Presidencia y Vicepresidencia del Estado, senadurías y diputaciones, gobernaciones, asambleístas departamentales, asambleístas regionales, alcaldías y concejalías municipales, ejecutivos regionales, constituyentes, representantes electos ante organismos supranacionales y otras autoridades y representantes definidos por Ley, estatutos autonómicos o cartas orgánicas.
Las agrupaciones políticas constituyen, por tanto, el (único) vehículo que tienen las ciudadanas y los ciudadanos para ejercer sus derechos políticos, que consisten en participar libremente en la formación, ejercicio y control del poder político. La función más importante es, sin duda, la de representar intereses, ideales, sueños, aspiraciones. Igualmente, canalizan las demandas y motivaciones de la sociedad, las agregan u ordenan (el proceso de integración y síntesis es permanente) y las trasladan a los poderes públicos.
En las sociedades complejas de nuestros días, los partidos se ven obligados a representar multiplicidad de intereses a veces difícilmente compatibles. Los objetivos se articulan de acuerdo con un orden de prioridades: se contraen una serie de compromisos a cumplir en unos determinados plazos (en el curso de un período de gobierno o pueden ser indefinidos como la reivindicación marítima).
Pero el tradicional partido de masas, combativo, de lucha, de clase, muy dogmático, que reclamaba de sus miembros un compromiso personal absorbente (un activismo militante), después de la caída del Muro de Berlín (1989), entra en declive y se impone un nuevo modelo o arquetipo de partido: el partido que no se limita a representar los intereses de una clase o grupo, sino los de amplios sectores sociales, que aspira a representar a todo el mundo.
Este tipo de partidos buscan el éxito electoral rápido y a esa prioridad sacrifican la carga ideológica; son partidos “ligeros”, lights, pragmáticos e interclasistas, que no ponen en cuestión el orden establecido o la legitimidad de las instituciones. La consigna será obtener el máximo número de votos, el mayor respaldo posible cuanto antes, y para ello modera su discurso, se centra el mensaje electoral, se descartan las propuestas más conflictivas y radicales, de modo que el programa sea asumido por la mayor parte del electorado.
En estas agrupaciones políticas, la ideología queda difuminada, suavizada, para poder disputar la amplia franja de electores situados en el centro político. De ahí que no existan grandes diferencias programáticas, que estemos muy lejos (por fortuna) de aquel escenario de extrema polarización característico de las primeras décadas del siglo XX. En cualquier caso, esto no significa que los partidos hayan dejado de representar unos intereses en lugar de otros.
Las agrupaciones políticas cumplen no solo el rol pasivo de ser puentes de comunicación sino que hacen de verdaderos intermediarios entre el Estado y la sociedad: son cauces de expresión, participación y vertebración política de la sociedad. Cuestión distinta es sí la cumplen satisfactoriamente en la práctica, por cuanto es innegable la crisis de credibilidad, y de confianza en los partidos.
Sin embargo, a pesar de las clamorosas deficiencias en su funcionamiento y la sistemática erosión deslegitimadora que vienen padeciendo, los partidos están lejos de desaparecer. Las fórmulas alternativas de participación directa siguen teniendo un rol marginal. La democracia, en suma, parece indisolublemente ligada a la participación de los partidos políticos: nació con ellos y sin ellos difícilmente sobrevivirá.
*Jurista y autor de varios libros.