Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: viernes 19 de octubre de 2018
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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“Atrevido el camba ’e mierda”, habrá pensado algún paceño; “menos mal que pocos lo leen”. Pero me ratifico en que debería contemplarse un cambio del centro de gravedad de Bolivia hacia el este. Porque en el actual tira y afloja después de la paliza de La Haya, la cosa no es el Pacífico vs. el Atlántico, ni Ilo vs. Puerto Busch. En lo que toca al encierro boliviano, ni siquiera depender de Chile versus someterse al Perú: subordinarse al que tiene la llave o al que la guarda. Adentro, bien adentro, la cuestión es el centralismo paceño: el andinocentrismo altiplánico. Llorarle a Chile y dar por sentada la “hermandad” peruana. La clave es la soberanía sobre el territorio. Así como Arica es chilena, Ilo es peruano y Puerto Busch es boliviano. ¿Será Ilo o Puerto Busch? es asunto fácil cuando se considera el aspecto de la soberanía.
Pero existe un elemento adicional: la corrupción. Lo puso en tapete un despacho desde Ecuador, dando cuenta de 75.000 millones de verdes perdidos a la corrupción durante el “correísmo”, la versión ecuatoriana de la epidemia populista de la que Evo Morales es versión boliviana. ¿Es que Bolivia es “isla de la fantasía” durante el “evismo”? No lo creo.
Así Evo Morales lo desmerezca por ser “del imperio”, un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) apunta al despilfarro. “Bolivia fue catalogada como uno de los tres países donde se malgastan los fondos públicos”. ¡Solo en 2017 el Gobierno “evista” rifó 37.000 millones de dólares! La friolera de un 6,3 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), corresponde a gastos “ineficientes” –compras estatales y corrupción–, en total 2.331 millones de dólares y nos pone en la compañía de Argentina y El Salvador. Además de los “ilustres hermanos” mencionados, Bolivia y otros países regalan el 29 por ciento del gasto público en salarios.
Sostengo que el Titanic de la operación Lava Jato todavía no se ha hundido en Bolivia, tal vez porque la punta del iceberg de la corrupción continental se asocia con la empresa mayor de Brasil: la Odebrecht. Nuestro país es un piojo tuerto económico y solo mereció una “bandeirante” de segundo nivel: la OAS. Y vaya que le fue bien construyendo carreteras con sobreprecio, quizá con el “jeitinho” de Lula en Brasil y la “muñeca” de Evo en Bolivia. El uno purga 12 años entre rejas, convicto por “regalitos” recibidos quizá en retribución de favores. El segundo no solo está impune, sino tal vez logre, por ceca o por meca, su re-re-reelección en el país.
Estamos en temporada de sopesar candidatos. Tal vez alerte a la gente saber que con lo malgastado en 12 años de gobierno despilfarrador, desaparecería la pobreza extrema en Bolivia, dice el BID. ¿Cuántos hospitales con todo su equipamiento podrían ser realidad para curar sus males, en vez de derrochar en hoteles de cinco estrellas y platos gourmet a gorrones que ni abrieron la boca en La Haya? Sin embargo, de poco sirve llorar sobre la leche derramada, aunque los culpables del desperdicio deberían purgar la egomanía de malgastar la plata como si fuera suya.
Arguyo que los cambios en Bolivia provienen de afuera. La debilidad de nuestras instituciones quizá impide, por ejemplo, que la justicia boliviana engendre algún intrépido e incorruptible juez Sergio Moro, como en Brasil. Pero las elecciones en una democracia real son una de las pocas válvulas en que el pueblo se expresa, y no hablo de urnas rellenas de votos fantasma, ni “movimientos sociales” sesgados, ni burócratas excedentarios que deben firmar asistencia para no perder la pega.
La decisión nacional de sobreponerse al andinocentrismo llorón de una guerra perdida por la imprevisión, debe empezar por reconocer que Bolivia tiene accesos oceánicos aparte del Pacífico. Que empecinarse por Arica, o por Ilo otea a un mar perdido que ni Chile, tampoco Perú, concederán con soberanía, y que benefician a una patria anclada en La Paz.
Por eso sostengo que se debe afrontar las inversiones requeridas por un puerto de primer nivel en tierra boliviana, en Puerto Busch; otro de gran magnitud en Ilo, Perú (que nunca será nuestro). El futuro del comercio de la patria boliviana yace en accesos marítimos en puertos chilenos y peruanos al del océano Pacífico, y de accesos fluviales dependientes de Brasil. Y otro, bien adentro del territorio, si no fuera por los cocaleros: Puerto Villarroel. Pero resalta uno boliviano de veras: Puerto Busch. A menos que la corrupción despilfarradora y el andinocentrismo llorón sean el Talón de Aquiles de Evo Morales.
El autor es antropólogo.
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