Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 19 de octubre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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El animal político del siglo XXI no será un depredador. No será fundamentalista, no ambicionará convertirse en el único poseedor de la verdad, no se degradará al culto al caudillo. El animal político del siglo XXI será un animal anfibio. Tendrá la cualidad de la metamorfosis: conservará algunos fundamentos ideológicos del siglo XX, pero los impregnará con los valores y las causas de las epopeyas identitarias, imprescindibles para el desarrollo sostenible de la humanidad en el siglo XXI.
Se transformará del momento social al momento estatal, sin perder sus principios. Tendrá un proyecto de poder y un programa de gobierno, por supuesto, pero, sobre todo, subordinará el poder y el programa a la ética, a un código de ética que determinará su conducta en todo tiempo y lugar. Será profundamente realista, porque nacerá de la vida de la gente y, por consiguiente, será profundamente democrático, porque sus decisiones resultarán de las necesidades y las propuestas de la gente común.
Un partido ciudadano es una paradoja. ¿Cómo inventar hoy cuando las agonías autoritarias del siglo XX luchan desesperadamente por su sobrevivencia, imponiendo regímenes fundamentalistas; un partido en el que la vida política sea una virtud reconocida y una necesidad imperiosa sin la cual no se pueda siquiera respirar Quizá la respuesta sea el predominio de un código de ética cuidado y vigilado por un consejo de “ancianos” que esté por encima de cada uno de los niveles de gobierno.
Un partido ciudadano cultiva la igualdad pero, al mismo tiempo, necesita la jerarquía. Hay líderes, por supuesto, pero todos ellos trabajan en equipo, porque el equipo está por encima de la jerarquía y en el equipo radica la igualdad. La jerarquía, por tanto, es la otra cara de la medalla que se fundamenta en el reconocimiento de los méritos y en la cuidadosa norma de la rotación.
Porque los líderes se eligen por su cualidad propositiva, por su capacidad de articulación y su calidad de gestión, y, adicionalmente, porque saben incorporar las equidades: de género, de generación, de etnia, de región. Pero los líderes rotan, no por obligación ni por necesidad, sino por el mejor funcionamiento del equipo. Como una manera de honrar su compromiso, su aporte y sus resultados.
Un partido ciudadano practica el leninismo millennial. Un liderazgo colectivo y diverso compuesto por tendencias, por plataformas ciudadanas que conservan algún grado de autonomía y por agrupaciones territoriales –fundamentalmente juntas de vecinos y comunidades indígenas, y campesinas–. (Las tendencias, considerando la historia nacional, podrían ser cinco: socialismo, liberalismo, ecologismo, feminismo e indigenismo). El liderazgo, por tanto, no es sólo rotativo, es también ‘ideológica y culturalmente’ plural en su renovación.
Un partido ciudadano toma decisiones; si no lo hiciera tendría que dedicarse literalmente a la verbigracia. Las decisiones mayores las toma la red de ciudadanos; las menores, la red del partido. Lo importante es que las decisiones son siempre consultadas a través de las redes sociales. Porque esa es la infraestructura de la democracia contemporánea cuando de decidir se trata. Y porque la concepción que del poder tiene el partido ciudadano no es su posesión ni su ejercicio, sino la consulta.
El partido ciudadano promueve el diálogo creativo. Porque hay que inventarse cada día para no degradarse a la costumbre. El consejo ciudadano convocará al conjunto de la ciudadanía a proponer políticas públicas, a realizar con la frecuencia necesaria asambleas y cabildos, y a denunciar con las garantías adecuadas los malos manejos, las deficiencias y las irregularidades en la gestión de gobierno.
Más allá y más al fondo, la inevitable tendencia a la reproducción del poder será siempre contrarrestada por esa visión de mundo que sabe que debemos construir un mundo justo, pero que no es suficiente. Un mundo en el que los derechos humanos y los derechos de la naturaleza complementen sus virtudes. Porque queremos un mundo justo pero, sobre todo, queremos un mundo hermoso.
El partido ciudadano reúne la tradición de la democracia representativa con la innovación de la democracia participativa. Por esta razón su composición nace de la diversidad y la pluralidad, sus decisiones surgen de la consulta permanente, y sus valores y principios rigen su vida política. Al mismo tiempo, se considera un articulador, no una vanguardia, transformando de esta manera todas las tradiciones partidarias. Por todo esto, el partido ciudadano es la herramienta imprescindible para la reinvención de la democracia.
Guillermo Mariaca Iturri es ensayista.