Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: jueves 25 de octubre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Hay acontecimientos en la vida de los pueblos que, por las profundas consecuencias que dejan, marcan hitos históricos. Marcan un antes y un después. Cierran un capítulo y abren otro. Es el caso de lo que ocurrió hace 15 años, en octubre de 2003, cuando la presión popular obligó a Gonzalo Sánchez de Lozada a embarcarse en un avión para irse del país.
Lo que hace importante esa dramática escena es que no era sólo un Presidente Constitucional de la República el que se iba. Con él se iba todo un período de nuestra historia. Se clausuraban 21 años de un ciclo que se agotó, dejando el terreno expedito para que se inaugure otra era, la que ahora, a su vez, se encamina hacia su fase final.
Fue la conjunción de dos factores la que hizo posibles e incluso inevitables esos acontecimientos. La ceguera y soberbia de una élite política que no supo ponerse a la altura de los desafíos de su tiempo, fue uno de ellos. La tesonera construcción de un proyecto político alternativo que no se conformaba con sacar rédito de la coyuntura sino que tenía la mirada puesta en el largo plazo, fue el otro.
Han desaparecido del escenario político actual los partidos que tuvieron en sus manos la conducción de nuestro país durante más de 20 años –en el caso deADN y el MIR– y casi 70 –en el del MNR–, además de los que jugaron un rol secundario pero no por eso menos importante, como UCS. Esa desaparición es la más categórica prueba de lo profundo que fue el proceso de transformaciones inauguradohace 15 años. La consolidación del Movimiento al Socialismo como protagonista principal, y el vigor con que todavía se proyecta al porvenir –a pesar del desgaste sufrido por 12 años de ejercicio ininterrumpido del poder– es la otra manera como se manifiesta el fenómeno.
Ambos hechos son de por sí suficientes para que se ponga en evidencia la magnitud del error en que incurrieron, y todavía incurren, quienes se empeñan en minimizar la dimensión histórica del “proceso de cambio” y se aferran a la ilusión de que se trata sólo de un accidente en el camino que –para ser revertido– requiere sólo algo de voluntarismo y un buen candidato presidencial.
La recordación de los hechos de octubre de 2003 adquiere sentido en la medida en que no se limite a alimentar la vocación victimista de unos y triunfalista de otros, sino que sea parte de un esfuerzo de comprensión de la historia contemporánea de nuestro país, de sus antecedentes en el reciente pasado y sus proyecciones hacia el porvenir.