Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 14 de octubre de 2018
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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José Rafael Vilar es analista de temas políticos y electorales de nacionalidad cubana, pero radicado en Santa Cruz. Su especialidad es el marketing, las ciencias aplicadas y la historia del arte, pero se desenvuelve asesorando a empresas privadas, instituciones, a partidos y candidatos, tanto dentro como fuera del país.
Escribió varios libros. El último titula Auge y caída del socialismo del siglo XXI y, a propósito del mismo y de la situación política del país, habló con Página Siete en La Paz.
¿Cuál cree que es la tendencia política que se impone en la región? Si bien han surgido Macri, Duque, Piñera, también hay un López Obrador, sigue Evo.
A López Obrador le han puesto la etiqueta de izquierda, pero es el centralismo del PRI. No es una izquierda negativa, como la de Cristina o la de Lula. Hay una izquierda que no es sólo discurso y no es sólo populista y actúa en defensa de los pobres, pero no es enemiga del mercado, no se embarca en los prebendalismos del socialismo del siglo XXI. Y, por el otro lado, hay una izquierda que sí es extremista y es la que defiende a Nicaragua y a Maduro. México, desde la década del 30 o 40, estableció la doctrina de la no injerencia en América Latina, entonces dijeron “no me tiren a mí, yo no le tiro a nadie”. Ahora México va a retroceder un poco a ese periodo según el discurso de López Obrador.
¿Cuáles son los motivos y cuál es el contexto de la caída del socialismo del siglo XXI?
Todos estos gobiernos empezaron un discurso confrontacional, incurrieron en el prebendalismo, el centralismo, la cooptación de poderes; incluso, todos crearon un cuarto poder que es el poder electoral, curiosamente lo hay en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia y en Nicaragua, pero que tampoco tiene independencia. En este contexto, empieza el boom de las materias primas y el Estado utiliza todo eso en su beneficio, para mejorar las condiciones del país por un lado y para robar por el otro, por lo que los índices de corrupción han sido muy altos. Todos estos países han planteado el éxito del modelo económico y eso llevó al famoso síndrome holandés, en el cual se recibe mucho (dinero) fuera de una planificación, se gasta y llega un momento en que el ingreso extraordinario baja, pero el país sigue con su nivel de gasto. Por eso y por muchas razones, como la prolongación en el poder eternamente, el culto a la personalidad, encontramos que el péndulo latinoamericano gira hacia el otro lado.
¿Cómo se han dado estos procesos?
El fracaso de la izquierda del Foro de São Paulo, afín con el socialismo del siglo XXI, ha sido permanente desde fines de 2015 y ha estado envuelto en los escándalos de corrupción y en la ineficiencia. En Argentina ocurrió el fracaso del kirchnerismo, que fue reafirmado en las elecciones de medio término del año pasado, aunque sigue vigente a pesar de sus problemas actuales. En Brasil, tras el impeachment de Rousseff, se ha reafirmado con el avance incuestionable de los sectores conservadores con Bolsonaro. Ecuador, con Moreno, destapando la corrupción correísta. Venezuela con las legislativas de 2015, aunque la MUD es un claro ejemplo que la unidad no es juntar números, sino sumar coincidencias. Aprovecho que mencioné a Brasil porque hoy se agita contra Bolsonaro el fantasma de las “dictaduras” y la etiqueta de fascismo y ahí me entran dos fuertes discrepancias: la primera, que la institucionalidad brasileña se ha demostrado como muy firme, el caso Lava Jato es un excelente ejemplo, pero no el único, y la corrupción institucionalizada por los gobiernos del PT sólo es democrática en cuanto “democratizó” la corrupción.
¿Se podría decir que ciertos rasgos menos democráticos en el sentido liberal han acabado con ese modelo?
Si la base falla, la superestructura se cae. Los gobiernos del socialismo del siglo XXI violaron por un lado la parte democrática y, por el otro lado, (falló) la economía. La conjunción de ambos factores es el fracaso. Macri no aplicó las correcciones necesarias a la economía que dejaba el kirchnerismo para no tener una afectación política, y entró con la corriente que el mismo macrismo llamó el gradualismo.
¿Usted cree que debería haber aplicado más medidas de shock en Argentina?
Sí.
Pero son las medidas que está aplicando Macri las que están generando estos problemas.
Eran las medidas que se tenían que aplicar en aquel momento. Por ejemplo, Cristina, en el periodo de transición, le dio puestos a más de 20.000 personas en dos meses y hubo que sacarlas después de un mes, lo que creó bastantes protestas en Argentina. Eso es antipolítico, pero es económicamente imprescindible.
¿Usted diría que estos gobiernos conservadores son capaces de recomponer sus países?
Intentan ser la solución al modelo, es decir, un cambio de modelo. Brasil, con todos los problemas, con toda la corrupción, ha empezado a crecer; también ha empezado a crecer Argentina. Entonces, Temer empezó a aplicar medidas, pese a que no tiene legitimidad.
¿Qué papel juega en este escenario la crisis de Venezuela, donde no sólo hay una crisis económica, sino humanitaria?
Esta situación es un incordio para Latinoamérica, la inmensa mayoría de la región espera que se solucione. Ha habido voces por una solución militar, incluso ha habido voces a favor del intervencionismo desde el punto de vista de la crisis humanitaria; el asunto es que no hay soluciones reales, la oposición está fragmentada, hay intereses diversos dentro del mismo chavismo o madurismo, internamente hay muchas voces contra el gobierno. A pesar del desastre, existe un gran poder económico que se une prebendalmente con vínculos de corrupción y del narcotráfico. En ese marco, se habla mucho de un posible cambio dentro del sistema para evitar que termine de hundirse.
¿A qué se refiere con cambio dentro del sistema?
Que lo sustituyan a Maduro y a su grupo, por otro. Dentro del PSUV hay muchas líneas.
¿A qué se debe que sean tan duros de caer tanto Maduro como Daniel Ortega, pese a que hay una masacre en esos países?
La forma en que opera la mafia se puede extrapolar a Venezuela y a Nicaragua. Una mafia (no es derrotada) hasta que no matan a la cabeza... En este caso, o lo botan o lo sacan. Cuando sale la cabeza habrá un reacomodo de la mafia, eso es lo que pasa en estos países. Con esto no quiero decir que Maduro sea la cabeza, Maduro es una marioneta, entre los que realmente manejan (la situación) está Cabello.
¿Cuál es el papel que juega Cuba en este escenario?
Cuba ha tenido diferentes padrinazgos desde la época de los soviéticos y después tuvo a Venezuela, que fue el pulmón del respiro. Cuba le dio gran parte del discurso latinoamericanista a Chávez, Cuba siguió siendo un punto de referencia sobre todo a través de Venezuela y a través del socialismo del siglo XXI. Para Cuba es muy importante Venezuela y aunque ya no tiene el apoyo económico de Venezuela que tenía en los años del boom, sigue teniendo todavía una penetración y además una vía de salir hacia otros mercados.
¿Usted no les reconoce a estos gobiernos populistas algún mérito tomando en cuenta que tienen mucho apoyo?
Lo que hablábamos al comienzo, la enfermedad holandesa. Entra mucho dinero y lo distribuyen y desde el punto de vista de sostenibilidad es una mala inversión, pero sí es una fuerte inversión en bonos.
¿Existe el riesgo de que en Bolivia se produzca una debacle como la Venezuela o Nicaragua? Aquí parece que la economía está bien.
Se nota que hay subidas de precios, la burbuja inmobiliaria se ve en Cochabamba y en Santa Cruz. En las avenidas, los edificios tienen las luces apagadas de noche porque no están ocupados y siguen construyendo porque hay una necesidad de utilizar los créditos que ya han sido otorgados, si no los utilizan, hay que pagarlos igual. Hace poco salió una nota de la ASFI que decía que en Bolivia había 44% de excelentes pagadores de créditos, entonces hay 56% de morosos. En realidad, el sistema financiero reconoce como morosos al 4% o 5%, porque hace un maquillaje muy bueno; toda esa otra diferencia, refinancia los créditos y ya no aparece como deudor. Yo sí creo que no estamos en una crisis, pero hay indicadores de que podemos llegar a una crisis. Tenemos una mezcla entre deuda privada y deuda pública, el Estado ha vendido los bonos a las AFP y los bancos, es decir, ha convertido esa deuda pública también en deuda privada. Por otro lado, Argentina no va a subir la compra de gas porque ya no existe el gasoducto y Vaca Muerta va a proveer más gas a ese país. Con Brasil el contrato se termina, pero tenemos que pagar el take or pay y eso posiblemente alargue dos años (el contrato), pero va a ser entrega sin pago y las regiones ya se están preguntando quién va a pagar el IDH y las regalías. Ese panorama es un poco complicado.
El año en que bajaron los precios de los hidrocarburos, el país siguió creciendo. ¿Eso nos habla de un posible crecimiento económico no exclusivamente dependiente de la venta de hidrocarburos?
Hay factores que no entraron en ese análisis. Uno es el endeudamiento externo. Bolivia tenía hasta el 2016 el colchón más grande de reservas internacionales, ahora estamos reducidos, eso sin contar que son préstamos a empresas estatales, que no son productoras de ganancia. Sí, es cierto, el momento de la caída de los precios Bolivia siguió con su modelo económico, modelo que apostaba al consumo interno, que se ha basado más en la importación que en la producción nacional. Las ideas de desarrollismo que se han aplicado en Bolivia, como prevé el socialismo, ha ido a las grandes inversiones que no han resultado productivas, como la planta de úrea o el ingenio de San Buenaventura.
Y en lo político, ¿cuál cree que es la solución para esta tensión generada por el intento de reelección de Evo Morales?
Bolivia está abocada a dos opciones, una muy clara que es ir a elecciones el 2019 y una posible que todavía no la debemos descartar que es una asamblea constituyente. Eso sería sencillo (para el MAS) porque tiene dos tercios en la Asamblea Legislativa y la Constitución permite que se autoconvierta en asamblea constituyente. Este escenario tiene como antecedentes el dictamen del Tribunal Constitucional, que abrió la puerta a la reelección; los plazos de la nueva Ley de Partidos Políticos, que era una ley muy necesaria, sin embargo, se apuró y se adelantó todo para que los partidos tácitamente reconocieran la postulación del binomio oficialista; la (idea) de la no participación de la oposición en la elección de 2005, pero está el caso de Venezuela que fue fatal. En este momento estamos en un panorama con miras a las primarias, con la participación de todos los partidos, incluyendo el MAS con Evo, y, en paralelo, está el movimiento cívico del 21F. Los dos van caminando y en medio de esto el Tribunal Electoral no se ha pronunciado sobre si es constitucional o no la participación de Morales. Ese va a ser el próximo paso que va a definir todo lo que venga después.
¿La idea de la constituyente sería para preservar el proyecto de poder?
La constituyente alarga años el proceso, es decir, la próxima elección reproduce el poder de todos hasta de gobernadores y alcaldes. Y hablamos de dos o tres años para que la situación pueda haber mejorado económicamente.
¿Y a la oposición qué le queda frente a eso? ¿Cómo podría evitar esa constituyente?
Tienen que participar. Vaya o no vaya Evo, tienen que participar. Ahora, ¿la oposición puede unificarse? no. La misma prensa venezolana permite entender que una MUD fue un gran fracaso, hay sectores que no se van a unir por diversas razones ideológicas, hasta de protagonismo. Ahora, entre los que se unan, tiene que haber un desprendimiento. El tema de la unidad opositora “útil” y cuando digo “útil” me refiero a que sea con afinidades, no un ajuntamiento sólo contra el MAS sin afinidades, un amancebamiento temporal desde el inicio fracasado, es fundamental porque no sólo hace al período electoral, sino ayuda a construir futura gestión de gobierno o de oposición efectiva. Tan primordial como esto es el desarme de resquemores, celos y egoísmos. La candidatura de Carlos de Mesa puede despertar susceptibilidades variadas, ya sea por haber sido parte de una gestión emenerrista, de la que se apartó, por su propia gestión o por su participación en el proceso del mar; sin embargo, esas susceptibilidades pesan mucho menos que considerar que, de todos los posibles liderazgos, es el único que genera aceptación mayoritaria. Otro desacierto, diría muchas veces “interesado” por quienes lo arguyen, es contraponer el participar en las elecciones con la defensa del 21F porque, en su sentido, ambas se complementan, porque ambas buscan reafirmar y legitimar la voluntad ciudadana. En la próxima elección hay dos componentes, uno es quién va a ganar la presidencia, pero quizá más importante sea la composición de la Asamblea Legislativa y para eso es importante que haya también unidad, pero que no sea juntucha, sino unidad. La oposición tiene que olvidarse de que va a elegirse para sacar a Evo, sino tiene que elegir y luchar electoralmente para construir otro país.