Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 12 de octubre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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Los octubres marcan hitos difíciles de olvidar. El fallo de la CIJ en La Haya derrumbó la expectativa ciudadana cuidadosa y desproporcionadamente inflada desde que Evo anunciara, sorpresivamente, la judicialización de la causa marítima, hace cinco años. La lectura del dictamen pulverizó uno a uno nuestros argumentos, a la par que desvanecía la aspiración de contar con una “acceso soberano al mar”, por más de un siglo macerada y convertida en razón de fe y unidad de la familia boliviana.
Toda guerra es injusta, pero la del Pacífico caló profundo, no sólo en Bolivia sino también en Perú, hermano en la derrota, y cuya importancia y rol para nuestra causa nuestro accionar unilateral ha minimizado.
Toda derrota debiera digerirse con inteligencia y dignidad. No corresponde al Presidente descalificar el fallo a viva voz, arremetiendo contra el Tribunal para, días después, enviarle una misiva a su par chileno. ¡Ya en septiembre, en su mensaje ante la ONU, el mismísimo Evo pedía reconocer el dictamen de la CIJ! Algunos personajes son campeones de la negación como mecanismo defensivo engañoso y paralizante. Temperamental y errático, al extremo de acusar de traidores y “prochilenos” a quienes demandan templanza y autocrítica.
Lo cierto es que Evo en su entorno tomó definiciones y embarcó a todos -exjefes de Estado y al país- en una estrategia y línea doctrinaria cuya lógica jurídica no tenía retorno. De nada sirvió su sentido “innovador”, ni la impecable argumentación histórica y jurídica basada en actos unilaterales y bilaterales previos, carente de arraigo en un tribunal de tal jerarquía, ni en el Derecho Internacional. Apuesta riesgosa y nada ortodoxa, en circunstancias en que el sistema internacional debe lidiar con una realidad global volátil e ingobernable.
Demos vuelta la página, ejercitemos resiliencia y capacidad de digerir el trago amargo, cuyo maximalismo, con la lógica del todo o nada, nos dejó, hoy por hoy, sin esperanza. Una aspiración difícilmente puede convertirse en derecho cuando compromete tratados de “paz” que involucran a terceros tras el cierre de un turbulento siglo de guerras entre Estados y naciones recién emancipadas.
No considero sea traición dejar congelada, por tiempo prudente. la cláusula “mar y soberanía”, como condición irrenunciable para iniciar el tratamiento inteligente, asertivo y amistoso de múltiples asuntos bilaterales que la vecindad con Chile nos obliga. Basta de berrinches, inventos creativos y victimización chovinista. Ilo, Puerto Busch y la promesa de futuro de la Amazonia nos esperan. Soñemos correctamente.
Pero octubre no da respiro. Y la democracia ¡sí importa! A 36 años de su instauración en el país, corremos el riesgo de desandar lo avanzado. El 10 de octubre salí a la calle para expresar mi rechazo a la impostura y al irrespeto a la decisión soberana del 21F. ¿Sabía usted que para Evo, el referéndum, como forma de democracia directa, era más legítimo que la forma representativa y procedimental de democracia? Parapetado en el Olimpo, hoy se contradice, el autócrata bipolar y disonante ya no goza del alineamiento favorable de los astros.
Concluyó su obra humana, la retórica de medias verdades, la confabulación de enemigos imaginarios contra un proyecto agotado e envilecido. Sin Evo, no hay diluvio que temer. Tuvimos suficiente con la garúa de 13 años de desencanto, discrecionalidad, despilfarro, corrupción, injusticias y trampas envolventes. Si algo de bueno y de lugares comunes tiene la agenda 20 25 y lo obrado, ello ya no es monopolio del MAS ni Evo su demiurgo.
El mundo ya lo sabe, en Bolivia no gobierna un hombre de palabra. Prohijó el festín clientelar y jala la ley de los más fuertes. Hizo de la confrontación y la victimización su arma y del bloqueo un ritual consuetudinario.
Mañana será otro día. Octubre y la primarias espurias apremian. No dan tregua, hay señales de esperanza, atisbos de apertura, unidad y algo más de tolerancia frente a la marginalidad de los radicales de ambos extremos; esos, eterna y tóxicamente descontentos.
Erika Brockmann Quiroga es politóloga