Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: jueves 11 de octubre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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Los octubres marcan hitos difíciles de olvidar. El fallo de la CIJ en La Haya derrumbó la expectativa ciudadana cuidadosa, desproporcionada y demagógicamente inflada, desde que Evo anunciara, sorpresivamente, la judicialización de la causa marítima hace cinco años. La lectura del dictamen pulverizó uno a uno nuestros argumentos, a la par que desvanecía la esperanza de una negociación que derive en el “acceso soberano al mar”, por más de un siglo macerada y convertida en razón de fe y unidad de la familia boliviana. Toda guerra es injusta, pero la del Pacífico caló profundo no solo en Bolivia, sino también en Perú, hermano en la derrota y cuya importancia y rol para nuestra causa, nuestro chovinismo unilateral ha minimizado.
Como toda derrota, debiera digerirse con inteligencia y dignidad. No corresponde descalificar el fallo a viva voz. ¡Si días antes de octubre, en su mensaje ante la ONU, el mismísimo Evo pedía reconocer el dictamen de la CIJ! Algunos personajes son campeones de la negación como mecanismo defensivo engañoso y paralizante. Ahora resulta que quienes demandan templanza y autocrítica son traidores y “prochilenos”.
Lo cierto es que Evo, y su entorno, tomó definiciones y embarcó a todos, ex jefes de Estado, y al país en una estrategia y línea doctrinaria cuya lógica jurídica no tenía retorno. De nada sirvió su sentido “innovador” ni la impecable argumentación histórica y jurídica basada en actos unilaterales y bilaterales previos, enfoque carente de arraigo en un tribunal de tal jerarquía ni en el derecho internacional. Apuesta riesgosa nada ortodoxa, en circunstancias en que el sistema internacional, apenas administra el desorden mundial difícilmente gobernable.
Demos vuelta la página, ejercitemos resiliencia y capacidad de digerir el trago amargo cuyo maximalismo, y la lógica del todo o nada nos dejó hoy por hoy sin esperanza. Una aspiración justa difícilmente puede convertirse en derecho, cuando compromete tratados de “paz” que involucran a terceros, tras el cierre de un turbulento siglo de guerras entre Estados y naciones entonces emancipados. No considero sea traición dejar congelada por tiempo prudente la cláusula “Mar y soberanía”, como condición irrenunciable para el tratamiento inteligente, asertivo y amistoso de múltiples asuntos bilaterales que la vecindad con Chile nos obliga. Basta de berrinches, inventos creativos y victimización chovinista. Ilo, Puerto Busch y la promesa de futuro de la Amazonia, nos esperan. Seamos realistas soñemos correctamente.
Pero octubre no da respiro. Y la democracia ¡sí importa! A 36 años de su instauración en el país, se avizoran tormentas y el inminente riesgo de desandar lo avanzado. Al escribir estas líneas me alisto para expresar mi rechazo a la impostura y al irrespeto a la decisión soberana del 21F, referéndum, forma de democracia participativa y directa, que el mismo Presidente calificó tanto o más legítima que la representativa. El autócrata bipolar y disonante, convocó a sus creyentes y a su clientela a ratificarlo como caudillo único e imprescindible de un proceso envilecido y agotado.
Parapetado en el Olimpo ya no goza del alineamiento favorable de los astros. Concluyó su obra humana, la retórica de medias verdades y la confabulación de enemigos reales e imaginados. Sin Evo, no hay razón para tener miedo a los diluvios. Ya tuvimos suficiente con la garúa de casi 13 años de desencanto, discrecionalidad, despilfarro, corrupción, injusticias y trampas envolventes. Si algo de bueno y lugares comunes tiene la agenda 2025 y lo obrado, ello ya no es monopolio del MAS ni Evo su demiurgo. Bolivia y el mundo ya lo sabe, nuestro presidente no es un hombre de palabra. Prohijó el festín clientelar y la ley de los más fuertes, hizo de la victimización su arma y del bloqueo un ritual inevitable y contagioso.
Mañana será otro día. Octubre y la primarias espurias apremian. No dan tregua, hay señales de esperanza, atisbos de apertura, unidad y algo más de tolerancia frente a la marginalidad de los radicales de ambos extremos, eterna y tóxicamente descontentos.
La autora es psicóloga, cientista política, ex parlamentaria