Medio: El Día
Fecha de la publicación: jueves 11 de octubre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Bien decía Marguerite Yourcenar que “en un mundo tan dispuesto al olvido, todo lo que saca a la luz el esfuerzo del hombre, es saludable”. Recordar aquel 10 de octubre de hace 36 años, es además un deber de la memoria personal y colectiva, porque le ganamos a las dictaduras militares el derecho a vivir en libertad y en democracia, sin testamento bajo el brazo.
Deber de la memoria por los que ya no están, asesinados por las dictaduras, o porque ya dejaron este mundo, o porque quienes recordaron ese día lo hicieron desde el exilio que les impone el régimen autoritario y populista de Evo Morales y su tóxica compañía. Algunos como ‘lumpen-intelligencia’ o masa acrítica, disfrazados de demócratas solo porque convocan a elecciones con cartas marcadas. Ahí desnudan su miseria intelectual, que nutre su miseria moral ahíta de corrupción y codicia, imposturas e instrumento de injusticias políticas, sociales, económicas, étnicas y ambientales.
Es un deber de la memoria recordar aquel 10 de octubre de 1982, que dejó atrás 18 años de dictaduras militares y civiles. Lograrlo costó vidas, sufrimientos, torturas, clandestinidad, exilios, y huelgas de hambre, como la de las heroicas mujeres mineras, en 1977, que exigían amnistía general e irrestricta y convocatoria a elecciones libres. Y se logró. Casi lo mismo exigimos hoy 36 años después: democracia sin cortapisas, Estado de Derecho, libertad a pensar diferente y respeto al referéndum de 21 de febrero de 2016 que dijo NO al continuismo de la mentira y el latrocinio oficialista.
Aquellos fueron largos años de acumulación de fuerzas, de compromisos, concesiones, diálogos, pactos, crítica, autocrítica y aprendizaje en la práctica cotidiana esquivando a los represores de bota o de corbata. Pero también, de inteligencia y sabiduría para construir la unidad de las fuerzas políticas y de la sociedad civil democráticas con un solo objetivo: derrotar el ciclo militarista para transitar los libres senderos de la democracia republicana, siempre perfectible con voluntad política.
Fue un trabajo de orfebrería, tallado con paciencia, idas y venidas, avances y contradicciones hasta llegar a la síntesis que fue entonces la Unidad Democrática y Popular (UDP). La historia, que suele ser ingrata, poco valora aquella hazaña y a Hernán Siles Suazo, el primer presidente electo democráticamente tras 18 años de oprobio, y a toda la generación de la democracia que la hizo posible. Pesan más la inflación galopante, el factor económico negativo de esos años y su impacto emocional. Empero, somos muchas y muchos los privilegiados que fuimos parte de todo ese continuum político, social y cultural, sus antecedentes, sus tres procesos electorales: 1978, ’79 y ’80, y los contextos internos y externos que posibilitaron el éxito de vivir en democracia. No obstante, la unidad no fue total: hubo partidos políticos que no formaron parte de ella. La unidad no se impuso, se construyó y las diferencias políticas se respetaron.
Hoy pienso en ese otro continuum que fue llegar al 21 de febrero de 2016, cuando Bolivia le dijo NO a la inconstitucional prorroga política que pretenden Morales, su Vice y compañía. Articular ambos sucesos, eminentemente políticos, aunque en 2016 la cara la pusieron las plataformas ciudadanas sin filiación político partidarias, es también un deber que le debemos a la historia de la construcción de la democracia boliviana.
Si en 1982 derrotamos la represión militarista y la ola de terror y muerte que recorría este hemisferio, en 2016 con el democrático Referéndum, Bolivia inhabilitó al binomio Morales-García Linera en un magnánimo 21 de febrero. Nos robaron –tan acostumbrados a robar- más de 10% de votos, haciendo uso y abuso de su poder.
Su miseria intelectual y moral hasta ahora ha desconocido el NO de ese 21F, mientras se amparan en un populismo jurídico asestado por un Tribunal Constitucional a título de derecho (in)humano de Morales de ser reelecto por cuarta vez. El sumiso Tribunal habilitó al binomio, a pesar del artículo 168 de la Constitución, que solo aprueba dos elecciones seguidas, y desconociendo con impunidad y alevosía el voto popular y soberano del 21 F.
La lucha política, hoy por hoy, es la defensa de ese voto que deberá impedir la habilitación de Morales a las elecciones generales de 2019. “Para poder luchar por lo que es justo, hay que empezar a reconocer lo que es inadmisible”, afirma la española Rosa Montero. Y lo inadmisible es que ese binomio concurra a unas primarias instrumentadas por el oficialismo para arrasar con la oposición política. Tan instrumentadas, que solo pueden impugnarlo sus propios militantes e impone fechas fatales, vía un Órgano electoral que hasta ahora es funcional al régimen.
Para enfrentar este tiempo como un continuum, hay que construir una gran ‘concertación’ entre demócratas con partidos y sin ellos, sin precipitaciones y sin exclusiones para derrotar a Morales. Otro trabajo de orfebrería, diálogos, concesiones, pactos y acuerdos. Algunos seremos como el árbol talado que retoña, y otros pondrán la sangre joven carnal y generosa que lucha y luchará por su libertad y sus derechos políticos y civiles.