Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: lunes 08 de octubre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Tenía que ser el amanecer de la victoria, y así lo entendían aquellos que decidieron vivirlo en primera línea, aquel 10 de octubre. “Libertad era un asunto mal manejado por tres, libertad era almirante, general o brigadier”. La voz de Piero, reproducida por un parlante de la Federación de Fabriles, en la plaza san Francisco, llamaba a hacer coro a miles de jóvenes. Diez horas más tarde debía marcharse del Palacio Quemado el general Guido Vildoso Calderón, el último presidente facto.
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La invitación al canto mató la modorra de aquella madrugada voluntaria. El estribillo de respuesta se extendió a esa singular guardia formada sobre todo por universitarios. Ellos con melenas y barbas, ellas con pañoletas; la mayoría con chuspas, chompas de alpaca y jeans. Todos gritaban la canción apostando a dividir la historia desde aquel día de 1982: “Para el pueblo lo que es del pueblo, porque el pueblo se lo ganó. Para el pueblo lo que es del pueblo, para el pueblo liberación”.
Unas cuadras más allá, miles de mineros, con cascos e impermeables amarillos, se reencontraban para marchar desde la derruida sede de la Central Obrera Boliviana (COB). Eso en el centro citadino. En zonas del entorno, los sindicatos de fabriles, de ferroviarios, constructores y campesinos habían organizado sus propias movilizaciones. Llegaban delegaciones desde todo el país.
Ya dos noches antes, el oficio mayor fue pintar grafitis, tender pasacalles y armar banderolas. La Paz lucía de naranja intenso, como queriendo opacar los negros nubarrones y el frío con los que llegó aquel día. “Así como todos los de la “J” (Juventud Comunista de Bolivia) festejábamos. También surgían la angustia y la incógnita sobre lo que iba a pasar en el futuro”, recuerda con el tiempo un exdirigente izquierdista.
“TERRORISTAS EXTRANJEROS”
Unos temían una nueva aventura del fascismo, algún atentado como aquellos que no escasearon en años precedentes. Otros se preguntaban si Siles podría consolidar un nuevo y urgente proceso de estabilización monetaria como en 1956.
El ambiente festivo aumentaba con el paso de la mañana. Incluso, en cierto momento, una silbatina se alternó con carcajadas en la concentración de San Francisco. Dos diputados de Acción Democrática Nacionalista (ADN), el partido del exdictador Banzer, las causaron. Habían denunciado por la radio el ingreso al país de “extremistas extranjeros” europeos, cubanos y nicaragüenses. En la lista figuraba “el italiano” Guillermo Capobianco,quien en realidad era un conocido dirigente cruceño del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
A media mañana, comenzaron decenas de actos. Una delegación partía con teas y banderas desde la calle Harrington. Casi 20 meses antes, el 15 de enero, allí habían sido asesinados ocho miembros de la dirección nacional del MIR. Otro grupo de cientos de personas realizaba un homenaje a Marcelo Quiroga Santa Cruz a las puertas de la COB, antes de partir a la concentración. Allí el líder socialista cayó herido, horas antes de su tortura y asesinato, a manos de enviados banzeristas, el 17 de julio de 1980.
Otro sonido de la jornada también fue el ulular de sirenas de escoltas policiales. Abrían el paso a los invitados más importantes. Arribaban desde América, Europa y Asia. Los presidentes Fernando Belaunde Terry (Perú), Belisario Betancur (Colombia) y Oswaldo Hurtado (Ecuador) destacaban especialmente. Tampoco pasaban inadvertidos el exjefe de Estado venezolano Carlos Andrés Pérez, el excuatro veces presidente de Costa Rica José Figueres y Raúl Alfonsín. Éste, un año después, sería presidente argentino. Llegaron decenas de periodistas extranjeros.
AMENAZA DE MAGNICIDIO
Incluso EEUU, que pocos años antes había avalado a las dictaduras bolivianas, se sumó militantemente a la bienvenida al nuevo régimen. El embajador Edwin Corr llamó a Lima al doctor Siles, el 6 de octubre, para alertarle sobre un complot que buscaba asesinarlo. Varios hechos posteriores confirmarían dicho plan, preparado por la mafia italiana. Para aquella histórica jornada, Estados Unidos envió al secretario adjunto del Departamento de Estado, Dominick Di Carlo.
Mientras, en cuarteles y esferas militares, a diferencia de las amenazantes reacciones durante los intentos de restauración democrática de 1979, reinaba la resignación.Tres meses antes, fracasaron los últimos esfuerzos por prolongar la dictadura. La comunidad internacional había suspendido todo programa de cooperación, la crisis económica se agravaba y crecía la amenaza de una resistencia civil generalizada. Por ello, el 21 de julio, la narcodictadura cedió la presidencia a Vildoso y las FFAA iniciaron el proceso de repliegue que concluía ese domingo.
La Policía vivía una dinámica distinta, de alta tensión. Los mandos preparaban operativos urgentes. Esa noche, en coordinación con agentes de varios países, capturarían a los neonazis y narcoterroristas italianos Pier Luigi Pagliai y Stephano Della Chiaie e intentarían capturar a varios otros. Pagliai falleció horas después del operativo.
Meses antes fungían como asesores de las FFAA bolivianas, en el grupo dirigido por el criminal de guerra nazi Klaus Barbie.En 1978, trabajaron para la policía política de Augusto Pinochet.Fueron, además, parte del grupo de autores del atentado de Bolognia en 1980. La cadena de capturas iniciada aquel 10 de octubre tendría su pico cuatro meses más tarde. Entonces Barbie fue detenido y deportado a Francia.
Pero, muy ajenas a la tensión policial, las calles bordeaban la cúspide de la celebración. Mientras, el hombre más importante de aquel día, Hernán Siles Suazo, en un apartado lugar del sur de la ciudad, enfrentaba una agenda colapsada por decisiones de urgencia. Como casi un cuarto de siglo antes, el líder de la Revolución de 1952, cambiaba de oficio: nuevamente hacía el tránsito de conspirador a estadista.
Dos días antes, había llegado desde Lima, luego de que le comunicaron que el recién instalado Congreso lo eligió presidente. A punto de tomar el avión militar que lo transportaría, le confió una frase cuasi premonitoria a un allegado: “Voy a que me crucifiquen”.
Desconfiaba del reto de su gestión, pero se mostraba seguro del cambio. Previamente, en el centro de la capital peruana, ante una nube de periodistas, había anunciado predictivamente: “La marcha de la democracia es incontenible en América Latina y pronto llegará a todo el sur”. En ese momento, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil vivían sometidos a dictaduras militares. Lo propio pasaba en Panamá y gran parte de Centroamérica.
LA ANGURRIA DE PODER
De Lima, Siles llegó a una recepción apoteósica, también en la plaza San Francisco. Pero, pese a esos dos días de efervescencia social, el presidente electo sabía que la Unidad Democrática y Popular (UDP), a horas de asumir el control del Estado, ya no era la misma ni hacía honor a su nombre.
Otra había sido la “naranja mecánica” (color electoral del frente) ganadora de las elecciones de 1978, 1979 y 1980, cada vez por mayor margen. Dos años de resistencia a la dictadura cambiaron el temperamento de los actores. El afecto paternal de Siles y parte de su Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNRI) por los jóvenes miristas cayó en desencanto. La afinidad revolucionaria con el Partido Comunista (PCB) rayaba en un inminente choque doctrinario.
En 1979, los jóvenes del MIR orientaban su “cheguevarismo” a una alianza generacional. “Ellos (el MNRI)”, decían, “nos ven como ‘una proyección hacia el futuro’ y nosotros a ellos como ‘un entronque con el pasado’”. Pero ya en 1982, los miristas habían ganado poder y ambiciones, y perdido radicalismo gracias a fuertes nexos con la social democracia europea. El principal líder mirista, Jaime Paz Zamora, explicaba en las reuniones internas: “Hay que subir con el viejo, para deshacerse del viejo y desmovimientizar al país”. Y de ello se enteró Siles.
En 1979, las cúpulas del PCB y el MIR coincidían en su postura contra la derecha y el militarismo. Pero, entre 1981 y 1982, reorientaron su estrategia acercándose a los vetados. Por ello, ese 10 de octubre, Siles lideraba un frente unido sólo por el cálculo sectario y atormentado por las rencillas intestinas. Ya entre Lima y La Paz, se vivió una angurrienta disputa por los cupos de poder en el futuro gabinete.
“En Perú, don Hernán había designado al doctor Javier Torres Goitia (MNRI) ministro de Salud. Éste no pudo hallar espacio en el primer avión que viajó a La Paz. Cuando llegó, Mario Argandoña, por presiones del MIR, había tomado su lugar”, recordaba uno de los asesores del presidente.
Los encontrones, que durarían toda la gestión, se desataron ese domingo 10. Emeneristas, miristas y comunistas se disputaban aquella tarde hasta los sitios de las ceremonias y actos festivos. A horas de su juramento, a Siles le llegaron también los mensajes de sus rivales del pasado y del futuro. Mitad fuga, mitad desplante, todos abandonaron La Paz. El exdictador Luis García Meza partió a Buenos Aires la noche del 9. Su par, Hugo Banzer se dirigió a Miami.
El líder obrero Juan Lechín tomó rumbo a Caracas. Cuando hizo escala en Lima declaró que la COB no formaría parte del Gobierno, “a menos que sean designados en más de la mitad de los ministerios”. Víctor Paz Estenssoro viajó a Tarija aduciendo motivos personales. Meses antes había lanzado una estocada verbal premonitoria: “La única forma de vencer a esa máquina naranja, que sólo sirve para ganar elecciones, es dejar que gobierne”.
Así, la hora definitiva de la cita con la historia llegó impasible, conflictiva y desafiante.
Hasta en lo protocolar, la paciencia de Siles fue probada por guiños de la fatalidad: en Lima había golpeado su rostro contra una puerta de cristal. Durante la concentración de bienvenida a Bolivia alguien le robó su billetera. La banda presidencial se atascó en su traje, tanto que la medalla de Bolívar le fue puesta al revés. Y cuando avanzaba la lectura de su discurso ante el Congreso, las hojas se entrepapelaron y le forzaron a una confusa improvisación.
Luego, vendría su público pedido de un plazo de 100 días para controlar la desenfrenada crisis económica heredada de los gobiernos militares. Los mineros respondieron aportando un jornal de sus salarios. Para entonces la inflación ya había llegado al 123 por ciento. Dos años más tarde marcaría el histórico 8.767 por ciento. Entonces los mineros colapsarían La Paz con sus protestas.
Tras recibir el mando aquel domingo, tuvo su primera divergencia con las masas. “Respeten a Vildoso, él ha cumplido”, les conminó a quienes ensayaban una silbatina al último gobernante de facto. Diez meses después, un grupo de uniformados, muy distintos a Vildoso, lo secuestraría por diez horas. Serían tiempos en los que las masas, en otro giro de la historia, cercarían La Paz con sus movilizaciones.
Ya con las sombras de la noche del 10 de octubre, el nuevo Mandatario tomó juramento a sus primeros 16 ministros. Hasta el fin de su mandato (el 6 de agosto de 1985) iba a nombrar 80, con un récord de siete gabinetes.
NACIÓ LA DEMOCRACIA
La jornada política más importante en tres décadas llegaba a su fin. Habían pasado casi 11 años de lucha y, en los hechos, 157 años sin democracia real. Se vivieron tres meses de definiciones angustiantes y una semana de conmoción social generalizada. Nacía una nueva era para Bolivia.
Curiosamente, el apego al sistema de libertades no era profesado por la mayoría de los actores políticos. Unos apostaban a conquistar “la dictadura del proletariado” y otros a defender el legado del fascismo militar. Sin embargo, aquel 10 de octubre de 1982, todos apostaron a un estratégico pacto de paz.
Y a pesar de todas las adversidades de ese tiempo y los que vendrían, nada opacó el valor de los “Sí, juro”, con los que el presidente Siles y el vicepresidente Paz Zamora asumieron sus cargos. El régimen en los años siguientes se resistiría a recurrir a cualquier medida de represión y de negación de las libertades ciudadanas. Mientras la oposición, desde aquel día, haría lo propio ante cualquier idea de cambio de gobierno ajena a las urnas.
Pese a la lluvia que arreciaba y a las sombras que crecían, en San Francisco, miles de jóvenes almas dedicaban al nuevo tiempo los versos de Quilapayun: “El pueblo unido jamás será vencido… De pie, cantar, que vamos a triunfar...”
CAUDILLO
Hernán Siles Suazo fue el primer presidente de la era democrática boliviana. Fue caudillo de la Revolución Nacional de 1952 y presidente entre 1956 y 1960. Desde 1978, lideró a la izquierdista Unión Democrática y Popular (UDP) que ganó tres , alternadas por golpes militares. Su segundo gobierno fue acosado por múltiples presiones, pero respetó las libertades ciudadanas.
EL PRIMER VICEPRESIDENTE
Jaime Paz Zamora fue el primer vicepresidente de la era democrática. Lideró al Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), uno de los tres partidos componentes de la UDP. Su partido mutó de la izquierda radical a la social democracia, pasó de la resistencia antimilitarista a un cogobierno, en 1989, con sus exrepresores. Ese año, el Congreso lo eligió presidente de la República.