Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: jueves 04 de octubre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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“La democracia es más importante que el mar”. El viejo y descolorido ‘gallo’ se ha atrevido a cantar con el pico afilado, no para negar ni traicionar, sino para enfatizar que en esta Bolivia de eternos lamentos y abigarrados sentimientos, muchas convicciones sobre legitimidad, diálogo, respeto, consenso y verdadero fortalecimiento y desarrollo surgido desde la justicia social y la solidez democrática, ya no están en su legítimo lugar desde hace bastante tiempo. Han sido opacados, postergados. Se los ha sustituido por un pensamiento básico, sumiso y de adoración a una figura casi totémica, el presidente Evo Morales Ayma. Se ha impuesto la idea de que todo aquel que disienta con las sugerencias del jefe y su proceso de cambio, es un enemigo declarado, en consecuencia debe pagar su traición y su atrevimiento, incluyendo, si es necesario, a la mismísima Corte Internacional de Justicia.
La dependencia obligatoria de una figura incuestionable y fiscalizadora de absolutamente todo el aparato del Estado, ha hecho posible la pérdida de la independencia en las instituciones. Su autonomía prácticamente es nula y la objetividad política, que le debería permitir cuestionar y sugerir nuevos caminos, es tomada como una afrenta a la primera autoridad. Entonces, estamos frente a un centralismo caudillista de facto que politiza sin misericordia todo cuestionamiento y disenso que vaya en contra de ese gran hermano omnipresente que manda y obliga.
Han pasado más de 12 años de masismo y tengo la certeza de que la estructura fundamental del Estado boliviano a través de su Gobierno, ha perdido valores fundamentalmente políticos, dialécticos, democráticos y colectivos. Esos valores que deben ser los pilares sobre los cuales descansen la credibilidad, el respeto y la libertad, han sido convertidos en instrumentos políticos de uso, abuso y servicio a los caprichos del jefe. Esta coyuntura que ya toca la autocracia, jamás ha contemplado el diálogo y el debate como método para acordar y proponer soluciones. La imposición le ha servido para hacer añicos los mecanismos de cohesión y colectividad.
Luego del fallo emitido por la Corte Internacional de Justicia el pasado 1 de octubre, el gobierno de Evo Morales ha ingresado en una etapa mucho más cuestionable y crítica. Ha puesto en evidencia inobjetable su política irresponsable de cubrir la realidad para exponer otra maquillada y construida. Mientras decía que el tema del mar nos unía a todos los bolivianos, la desunión, en torno a temas democráticos y respeto al 21F, estaba más clara que nunca. Banderazos, marchas mediáticas y una serie de parafernalias politizaron por completo un tema que debía ser manejado con austeridad, prudencia y bajo perfil. Evo Morales creó la idea de que el 1 de octubre el mar volvería a llenar el gigantesco vacío en los corazones acongojados de los bolivianos que siempre suspiraron con la idea de retornar al litoral y él, como presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, ser declarado héroe nacional y decretar en vigilia permanente la defensa de su derecho humano a seguir ocupando, como nadie, la silla presidencial por los siglos de los siglos, amén. Un fallo a favor de la demanda boliviana iba a significar un cheque en blanco para que Evo Morales firmara cómodamente el triunfo de su plan 20-25. También, al igual que Bolivia con el tema marítimo, Evo ha quemado su último cartucho en pos de reclamar a los bolivianos legitimidad.
Morales debe reconocer el fallo de la CIJ ineludiblemente. Lo otro sería refrendar, internacionalmente, su falta de voluntad para respetar los acuerdos. Lo mismo que hizo con el 21F: desconocer la victoria clara del No a su reelección inconstitucional como presidente.
“La opción Sí es para que siga y la opción No es para que no me vaya”.
“Estoy acá porque mi pueblo me pide que me quede. Avance, me dicen, por favor no nos abandone”. ¡No! Esas citas no pertenecen a Evo, son del general Augusto Pinochet.
El panorama de la política internacional boliviana fue y sigue siendo un tema determinante. No se puede pedir justicia y defender a unos dictadores al mismo tiempo. Evo Morales tiene la obligación de rectificar una posición democrática ligada a temas nacionales e internacionales. Este gobierno, nunca tuvo como fortaleza el diálogo y el consenso. Chile lo pidió en un par de oportunidades, pero Evo lo rechazó.
Las relaciones internacionales son termómetros que miden la influencia y el espacio políticos de un país. Con La ineptocracia impuesta en esta Bolivia que clama apertura hacia un desarrollo próspero, las posibilidades de ser avalado como un gobierno que respeta la democracia y defiende las libertades, se reducen a poco.
El fallo de la CIJ, debe servir también para que los bolivianos reivindiquemos, con plena convicción, muchas pasiones, exigencias y obligaciones perdidas en estos 12 años de anquilosamiento.
El fervor de soñar y construir una Bolivia influyente y fortalecida, con equidad y libertad, debe ser ese otro ‘mar’ de oportunidades que mira con universalidad su futuro. Bolivia debe abrirse al mundo, a su libertad, a su justicia y a su desarrollo y a hacerse cargo de una vez por todas de sus desdichas internas y desgracias políticas. Debe asumir con hidalguía esa batalla por exigir a sus gobernantes, un país transparente, limpio, ético, democrático. Que de verdad entienda el verdadero significado de un país en desarrollo sin crear una sociedad pedigüeña que ve a su gran hermano como el proveedor y constructor de todo, incluyendo su propio destino.
El mar es una aspiración histórica que ya se ha convertido en una fijación política, demagógica y oportunista. La consolidación de la democracia y la necesidad de ver a Bolivia abriéndose a su prosperidad y a su poderío es una realidad que necesita ser atendida de inmediato, no claudica y servirá para sentarse a negociar, de igual a igual, con un país que no puede ser más que 11 millones de bolivianos respaldando a un gobierno que de verdad esté al servicio de su pueblo y de su desarrollo indiscutible. Al final de cuentas, como anuncia Nietzsche: Si el río de mi amor se precipita por fragoso terreno, no importa, no hay río que no se abra paso tarde o temprano hacia el mar.
El mar y Chile, deben dejar de ser fetiches: melancólico y victimario, respectivamente, sobre una Bolivia que siempre que se habla de esos temas, se termina en lloriqueos u odios injustificados.
Sin mucho aspaviento, coincido con el canto del gallo en que, ahora más que nunca, la democracia es más importante que el mar.
Con el fallo, ha sucedido algo paradójico. Ahora es el gobierno chileno que pide diálogo, obviamente, bajo sus propias reglas de juego. Evo, en lo que le queda de gobierno, deberá asumir la derrota rectificando una diplomacia perdida hace mucho tiempo y admitiendo que más que tener cuentas pendientes con Chile, las tiene con el pueblo boliviano, su futuro y su democracia.
Bolivia, debe visualizar 2019 con un presidente que no sea Evo Morales. El presente y el futuro así lo requieren. Esa debe ser otra forma de purificar las estructuras viciadas del Estado y de replantear un nuevo escenario político, social y dialéctico a nivel nacional e internacional.
El autor es comunicador social.