Medio: El Día
Fecha de la publicación: jueves 27 de septiembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Pese a que el Gobierno impuso sus propios métodos ni bien comenzó el denominado “proceso de cambio”, lo hizo encaramado en una legitimidad innegable y especialmente en la confianza que le brindaba el respaldo popular, ratificado varias veces en las urnas. Aquello le dio la certeza de adoptar una ruta de abusos y excesos, paliados por una fuerte dosis de clientelismo, habida cuenta de la formidable bonanza económica que permitió, en palabras del presidente Morales, “volantear” dinero en todas direcciones.
“Cuando hay dinero hasta la pobreza es llevadera”, reza un dicho popular y seguramente podríamos agregar que en esas condiciones “la dictadura se vuelve invisible”, tal como ha sucedido con el régimen boliviano y todos aquellos países bajo el dominio populista, donde las cosas cambiaron radicalmente ni bien comenzó a bajar el caudal de dinero para repartir, comprar conciencias y torcer las pulsiones “democráticas”.
Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua, se niegan a aceptar esa realidad. Su esquizofrenia política es tal, que el país se derrumba a su alrededor y ellos siguen creyendo que viven a las mil maravillas: lo dicen, lo repiten y hasta se lo creen. Son como esos reyes desnudos que hacen el ridículo frente a todos, porque no escuchan y tampoco nadie les puede decir nada, porque toda esta situación solo se puede sostener en base al miedo.
Miedo y negación de la realidad fue la combinación de los tristes episodios que rodearon los festejos del 24 de septiembre. Son precisamente las características esenciales de una dictadura que niega los hechos, rechaza la verdad, ve amenazas en todos los rincones, se impone la paranoia y hasta el más cándido de los ciudadanos se vuelve un peligro para el régimen.
La dictadura empieza cuando ya no se puede razonar ni comprender una simple operación aritmética, cuando no se distingue la diferencia entre 'Sí' y 'No' y cuando se llega al extremo de la enfermedad mental de ver monstruos y fantasmas detrás de personas de carne y hueso que reclaman algo tan elemental como el respeto.