Medio: El Deber
Fecha de la publicación: viernes 01 de diciembre de 2017
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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Pese a que una docena de activistas logró colarse a la reunión de representantes de instituciones y viejos líderes cívicos, su presencia no ayudó a que se animaran a saltar la Asamblea de la Cruceñidad y parar un día el departamento.
Es más, tras ratificar su agenda ya trazada, el vicepresidente, José Luis Camacho, pidió apoyo de la Policía, así lo admitió en Red Uno, para que disperse al medio centenar de movilizados que permanecía en su patio, insultándolo por la medida no asumida.
Todo comenzó en paz
A las siete de la noche la plaza 24 de Septiembre estaba repleta de jóvenes. Sus carteles hablaban por ellos. “No pienso ser de la generación que no hizo nada”, se leía en una cartulina negra. “A mí nadie me paga, yo estoy aquí por mi voluntad”, decía otro escrito sobre una placa de plastoformo. “Evo sos peor que mi ex, no entendés que no es no”, se podía leer en otro, que había transcrito un meme que circuló por la tarde en WhatsApp. “Si no hay justicia para el pueblo no habrá paz para el Gobierno”, transcribió uno, sin citar a Emiliano Zapata, el revolucionario mexicano. Todos los gritos se resumían en una sola frase: resistencia civil.
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Desde las escalinatas de la catedral había oradores que querían dirigir la manifestación, sin el menor éxito. “Estamos cansados de estar en nuestras casas esperando que otros hagan algo, por eso estamos en las calles”, dijo un joven crespo que tomó el megáfono. Esa frase definió al movimiento, gente harta de esperar a que las personas que están en el poder, que sus autoridades, se conviertan en líderes y defiendan su voto. A diferencia de las movilizaciones de hace casi una década, que derivaron en la toma de instituciones, los movilizados tienen la tricolor boliviana como símbolo y cantan a voz en cuello el Himno Nacional para demostrar que son bolivianos primero y cruceños después.
Era tal el sentimiento apolítico que ni siquiera las juventudes ligadas a partidos políticos lograban hacerse escuchar. En la plaza había juventudes de Demócratas que se han disfrazado de plataformas juveniles, jóvenes ligados a Unidad Nacional y activistas que hicieron campaña para el frente afín al MAS en las últimas elecciones de la Universidad Gabriel René Moreno. También se vio a exconcejales y a una secretaria de la Gobernación pasar casi cabizbajos por la plaza. Entendieron rápido que allí no podrían pescar.
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Vanos fueron los intentos de contener a la gente en la plaza. Hubo gente que trató que la masa no se dirija hacia el Comité, que trataba de darles tiempo a los dirigentes para que terminen su reunión sin presiones. “Esperemos 15 minutos más y después todos al Comité”, gritaba una persona mayor desde el megáfono, pero ya la marcha había partido. Había tanta gente, que la columna unía la plaza del Estudiante con la catedral.
Dentro del Comité
Cuando la punta de la columna tocó el Comité, un grupo de activistas logró colarse en la reunión de directorio. Exigían que hoy la ciudad amanezca en paro cívico, pese a que el grueso de la marcha lo pedía para el lunes, para el día siguiente de la votación del 3 de diciembre.
Adentro, los líderes no se sentían con la suficiente fuerza para complacer a la masa. “Basta de discursos, aquí hay una propuesta (de paro cívico), la aceptamos o la rechazamos, hay gente afuera esperando”, reclamaba Carlos Dabdoub, expresidente cívico. “Los jóvenes de afuera están esperando que tomemos el liderazgo, salgamos y expliquemos que con ellos más vamos a tomar las medidas en la Asamblea de la Cruceñidad”, decía Hugo López. Afuera no querían el trámite de la asamblea, exigían que se “pongan los pantalones” y “despierten al león”.
La calle Cañada Strongest estaba repleta de gente. A ratos cantaban contra Evo Morales, después entonaban el Himno Nacional para luego exigir paro cívico. Mientras la mayoría estaba concentrada en arrancarles la medida extrema a los dirigentes, un grupo de unos 50 manifestantes volvió sobre sus pasos, llegó hasta la esquina de la Libertad y Andrés Ibáñez y comenzó a lanzarle cohetes a los policías que resguardaban el edificio del Tribunal Electoral Departamental.
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Comenzó la gasificación y el desbande de la manifestación. Todo por la indecisión cívica. “Es en este momento que se sabe quién quiere a este pueblo y quien no lo quiere”, decía Luis Fernando Camacho.
No se trataba de amor, sino de fuerza y la mayoría de los dirigentes no creía tenerla. “No se puede parar un pueblo de tres millones con tres mil”, dijo alguien. “Hay que hablar con los empresarios para ver si van a cerrar sus empresas. No se puede parar todo un departamento de la noche a la mañana. Necesitamos tiempo y plata”, dijo otro.
No habían hablado ni con los transportistas para que se sumen a la medida. Llegaron a la conclusión de que un paro instantáneo, de la noche a la mañana, era imposible y decidieron mantener la agenda que ya tenían trazada: convocar una Asamblea de la Cruceñidad para el miércoles.
Los gases y la lluvia habían dispersado la vigilia, pero aún estaba el grupo más extremista protestando contra las definiciones del Comité. Camacho llamó a la Policía, que entró a la casona de la Cañada Strongest y pacificó todo. Desde hoy, por el auto de buen Gobierno para las elecciones judiciales, están prohibidas las asambleas y las protesta. Si los jóvenes vuelven a las calles, habrán pasado de la resistencia a la desobediencia civil.