Medio: El Deber
Fecha de la publicación: jueves 20 de septiembre de 2018
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
En cualquier otro campo tienen respuestas, más o menos inteligentes, pero las tienen. Cuando se toca el tema de la cocaína o de la coca, cuando están en juego los cocaleros, los funcionarios de todos los rangos trastabillan, tiemblan. Tienen pánico de herir los sentimientos profundos del presidente y los objetivos escondidos de su gobierno. Es terreno pantanoso en el que no pueden pisar sin embarrarse.
¿Por qué nos asustan los datos que afloran sobre producción de coca y de cocaína? Sabíamos para qué buscó Evo Morales la Presidencia. Luchó con desesperación contra todos los gobiernos y contra la DEA, se enfrentó a muerte contra ejército y policías, hasta que decidió hacer la guerra desde arriba y puso los medios para asumir la conducción nacional. No es secreto ni deducción caprichosa. Lo dijo el mismo Evo en la campaña que lo llevó al parlamento.
Con ingenuidad infantil creímos que con Evo reivindicaríamos los derechos de nuestros olvidados pueblos indígenas. Creímos que por fin llegaría el despertar nacional.
Nos ilusionamos con un país más justo, que ofrecería a su gente oportunidades de cultivarse y de crecer. Lo creímos muchos, pero no había razón para esperarlo porque el conductor del país iba en otra dirección. Era solo un sueño. Solo los cocaleros podían incubar esperanzas.
¿Cuándo había sido preocupación de Evo o de sus seguidores chapareños la producción agrícola? Su angustia diaria era que se les permitiera cultivar coca y que su hoja milagrosa alcanzara precios superlativos.
Como Evo Morales venía de la población secularmente abandonada, los pueblos indígenas se aferraron a él con la esperanza de que su combatividad les alcanzaría a ellos, pero nunca habían sido su ilusión ni su objetivo.
Nunca le había preocupado su abandono. Nunca ocultó que su lucha militante era y sería por la hoja de coca. Encantado arrastraría el fervor indígena y algo podría hacer por ellos si en algún momento libre se acordara de ellos, pero si chocaran sus intereses con los intereses cocaleros, nadie duda de cuál sería la elección ¿No fue eso lo que decidió la suerte del Tipnis?
Esperábamos todos que cambiaría el putrefacto sistema judicial, pero esa esperanza tenía su origen únicamente en nuestras íntimas frustraciones ¿Cuándo la lucha cocalera había mostrado, ni en sus más lejanos devaneos, que le preocupara la justicia? Solo estaban preocupados por la erradicación de sus cocales ¿Acaso ocupó un minuto de sus luchas la escasez de médicos y de hospitales? ¿Acaso les importó qué pasaba en las frustrantes escuelas del país? Ni la naturaleza ni los recursos naturales fueron nunca su preocupación ni su ocupación.
¿De qué nos extrañamos? ¿Por qué pedimos más? Ilusos, necesitábamos esperar lo mejor y como niños creímos que vendría Papá Noel. A nuestra edad deberíamos prever lo que se nos venía. Debiéramos saber la distancia que siempre existe entre las promesas electorales y los auténticos sueños presidenciales. Si lo hemos olvidado, es nuestra culpa.