Medio: Nuevo Sur
Fecha de la publicación: viernes 01 de diciembre de 2017
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones judiciales
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El voto
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
Si se le diera su verdadero valor, un voto podría cambiar el destino de una nación.
Cuando los resultados se deciden por simple mayoría, un voto puede
representar el triunfo para un candidato o una opción. Si la norma
establece porcentajes, la suma de votos orientados hacia cierta
tendencia es la que determina los resultados.
Si un voto es la expresión de la voluntad de un ciudadano, la suma de
todos los votos representa la o las decisiones de toda una sociedad.
Pero todo lo apuntado líneas arriba es válido para las sociedades ideales, aquellas utopías que, por ser tales, no existen.
Los seres humanos se agruparon con la ilusión de vivir en un mundo
mejor. Solos, o apenas con su familia, y así sea resguardados en cuevas o
en viviendas construidas en las ramas de los árboles, no podían
defenderse de las fieras y enemigos comunes, menos aún de las
invasiones. Por eso se juntaron y formaron tribus, clanes… pueblos.
Cuando vieron que eran muchos, convinieron en que unos pocos tomarían
decisiones a nombre de los demás. Ese es el origen del mandato, el que
se confiere temporalmente a algunos miembros de la sociedad para que
gobiernen por el resto. Los teóricos llaman a eso “pacto social” y todo
tiene que ver con la búsqueda de una sociedad ideal, un mundo mejor,
aquel que Tomás Moro bautizó como “Utopía”, un lugar que no es tal
porque su significado es “no lugar”; es decir, se trata de una sociedad
perfecta, idílica e ideal pero inexistente. Está en las ilusiones y
sueños colectivos pero no existe en la vida real.
La realidad, incluso en los países que se precian de tener mayor
desarrollo, es que los políticos juegan con el voto del ciudadano, con
los votos de toda una sociedad, y los reducen al juego numérico que,
finalmente, decanta en el interés partidario. Estados Unidos es el mayor
ejemplo de ello. En esa nación, cuyo funcionamientose basa en el modelo
federal, los números no siempre expresan la voluntad popular. Por ello,
las últimas elecciones fueron ganadas por Hillary Clinton pero la
aplicación de la norma, a través de un sistema de proporcionalidad y
voto delegado, le dio la presidencia a los millones de una bestia como
pocas existen en el mundo.
En el resto del planeta, el primero en desconocer el valor del voto es
el ciudadano. Él sabe de la convocatoria a elecciones pero,
generalmente, decide cómo votar a último momento.
En una sociedad ideal, una utopía, el ciudadano debería ponerse a pensar
en su voto ni bien sale la convocatoria a elecciones. Tendría que
conocer las opciones básicas (llámese propuestas), decidir y mantener
esa decisión hasta el final, hasta el momento en que deposita su voto.
Pero como la realidad es muy distinta, los políticos empiezan a
bombardearle con sus propuestas (léase propaganda) que son
intensificadas en los días previos a las elecciones. Por ello, la
mayoría de las normas electorales de los últimos tiempos determinan un
silencio electoral previo a los comicios, para permitir que el ciudadano
reflexione sin interferencias sobre su voto. Claro… como no decidió
antes, tendrá que hacerlo en los últimos días… el voto ya perdió parte
de su poder.
Pero escribir sobre el valor de decidir anticipadamente el voto justo en
la última semana previa a las elecciones significa no solo faltar el
respeto a la voluntad del ciudadano, a la expresión de toda una
sociedad, sino, también, una muestra de que las malas costumbres se
extienden y pueden arrasarlo todo.
Será mejor ir a votar y, para compensar nuestro descuido, hacerlo conscientemente.