Medio: El Deber
Fecha de la publicación: viernes 01 de diciembre de 2017
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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¡Vigilad el voto de este 3 de diciembre, ancianos que conocistéis las dictaduras! Aquellos que nunca estuvieron en las calles contra la bota militar, aquellos que no conocieron la lucha clandestina, la tortura en los centros de control político, que no tienen familiares desaparecidos ni sufrieron el exilio han clavado a la democracia boliviana en la picota.
Mas la historia nos enseña cómo les va a quienes osan perpetuarse en el poder, sean griegos, franceses o rusos. El aprendizaje de tanto horror y de tanta sangre derramada es el que llevó a los pueblos y a sus verdaderos héroes y mártires a dotarse de sistemas de control ciudadano y de división de poderes.
Felices esas naciones que conocieron el bienestar por varias generaciones.
Maldecidos aquellos pueblos que padecieron décadas por causa de un grupo de ambiciosos aferrados a los excesos del poder absoluto, a costa de la hambruna, de la muerte y del exilio de las mayorías.
El caso más cercano es el de Alfredo Stroessner (1912-2006), quien pasó de ser un héroe de la Guerra del Chaco, y de ser el general más joven, a encarnar la dictadura que postergó cien años el desarrollo de su patria, Paraguay.
Stroessner estuvo implicado en la derrota a los movimientos sociales que habían iniciado la recuperación nacional después de la confrontación contra Bolivia, y de las viejas herencias de la guerra de la Triple Alianza. El pequeño territorio, tan próspero al estrenarse como república, fue tiranizado desde 1947.
Posteriormente, en 1954, Stroessner, con el respaldo de una fracción militar y del Partido Colorado, se apoderó de la Presidencia por 35 años. En esa etapa persiguió a sus adversarios, moderados, comunistas, febreristas y llenó las cárceles de presos políticos y los panteones de muertos torturados. Agobiado por el miedo a la traición, como pasa siempre a los sátrapas, comenzó pronto a perseguir y asesinar a sus antiguos aliados. Nadie estaba a salvo. Ni su amigo Anastasio Somoza que voló despedazado.
Él inventó organizar elecciones periódicas, en las cuales ganaba con el 90 por ciento y perfeccionó el sistema del partido único. Oh, casualidad, recibió la Gran Cruz del Cóndor de los Andes. Murió despreciado, envejecido y solitario, sin poder volver a su patria por 20 años.
A Muamar Gadafi (Kadhafi) (1942-2011), que gobernó Libia por 42 años, el destino le reservó una muerte atroz, lapidado, linchado y escupido por una multitud enloquecida, seguramente atizada por intereses de diferente procedencia y nacionalidad. Sobre todo, harta por tantos años de muertes, masacres, persecuciones y silencios.
De él, que al inició brilló por sus propuestas originales para el desarrollo armónico de su pueblo, no queda ni una estatua, ni una gigantografía, ni una familia. ¿Quién lo reivindica? ¿Quién recuerda cómo dio dinero a sus amigos del socialismo bolivariano y cómo intentó crear un gran frente panafricano árabe?
Su país, rico en recursos naturales, sigue dividido, violento, lleno de heridas y cicatrices mal curadas, imposibilitado de tener democracia y libertades.
Al huevo de la serpiente, enseña Bertolt Brecht, hay que abortarlo en su inicio.