Medio: El Día
Fecha de la publicación: jueves 06 de septiembre de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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“La democracia está sobrevalorada”, esta frase de la famosa serie de televisión norteamericana House of Cards puede quizá enmarcar todo el escenario en el que se ha convertido la política democrática en muchos países del mundo, entre ellos Bolivia, en este último tiempo. Aparentemente este astuto político de ficción (Frank Underwood) sabe muy bien que la democracia no es otra cosa más que un juego entre las corporaciones económicas, las élites y la ciudadanía, en el que unos ignoran las reglas que los otros imponen. Aludiendo a una especie de antropología negativa, la política o filosofía expuesta en House of Cards no es otra cosa que la de “hunt or be hunted”, que pareciera escapar por la pantalla de nuestros televisores y ser tomada como ejemplo por muchos de nuestros actuales gobernantes o políticos.
¿La democracia está sobrevalorada? La respuesta parece ser que sí, ya que muchos funcionarios de gobierno se ganan sus puestos en la privacidad de los edificios de gobierno, gracias a las relaciones que se construyen dentro de esas paredes. Las elecciones del 21 de febrero del 2016 en Bolivia, es otro claro ejemplo de como muchas veces la democracia es una mera formalidad y que llegado el momento es solo usada como un mecanismo para hacer creer a la sociedad que su participación si le importa al gobierno, o bueno si les importa solo si los resultados se alinean a sus ambiciones ¿verdad?.
Es así que muchos políticos pasan incluso por encima del constituyente y en este “juego de la democracia” no miden sus acciones o sus palabras, donde ellos mismos, con el paso del tiempo, se dieron cuenta que para que los proyectos salgan a flote tiene que estar en favor de sus influencias externas o internas. Este tipo de corrupción, actualmente de conocimiento público, provoca que las iniciativas no sean siempre en pro de la sociedad para un beneficio común, sino para favorecer a una minoría en el poder o las ambiciones personales de los propios políticos.
Somos conscientes que el poder es algo dulce y con lo que la mayoría de la gente fantasea por lo menos alguna vez en su vida, pero cuando lo logras conseguir, saborear y disfrutar te das cuenta que no lo conseguiste solo y es el momento de pagar una deuda. Es ahí donde entras en el juego de favorecer a unos más que a otros e incluso eso te obliga a caer en corrupción, porque sabemos que el poder es algo pasajero si no sabes cuidarlo. Es ahí donde la democracia pasa a un segundo plano.
Los ciudadanos de a pie hemos caído en lo que Sloterdijk y Žižek llaman falsa conciencia ilustrada: “sabemos muy bien lo que pasa, pero aun así seguimos haciéndolo”. Hoy sabemos los ciudadanos que la democracia está sobrevalorada, que no funciona tan bien como creíamos y que tiene serios problemas en su aparataje institucional. Pero pese a saberlo tan bien, no hacemos una cosa diferente a quedar en silencio ante los altos mandos, parece que el sistema nos ha enmudecido con miedo o falsas esperanzas de un cambio que nunca llega, o por lo menos hasta ahora.
Quizá es momento de tener un cambio de sistema, pero no hay otra forma de gobierno mejor que la democracia ¿o sí?. Quizá la democracia está ya obsoleta y debemos crear una nueva forma de hacer política, gritando en las calles “¡ustedes no nos representan!”. Quizá algún día el pueblo logre evitar que más políticos protegidos detrás del poder sigan gobernando, sirviendo sus propios intereses o los de la clase elitista. Quizá se dé un verdadero cambio, donde los intereses prioritarios por los que los hombres de traje se peleen sean los intereses de su pueblo, pero hasta que eso pase la democracia seguirá siendo la única buena opción de gobierno.