Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 01 de diciembre de 2017
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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La democracia ha muerto
La producción pasa por un periodo de contrastes con políticas que
gestionan, por un lado, la aceleración del ritmo económico y, por otro,
una polarización interna que produce una fuerte tensión en la sociedad.
El matiz eleccionario está ignorando el riesgo del retroceso de la
democracia y la economía. El desorden y la sublevación interna, dentro
de las filas populares como el 21F, está debilitando el cambio. Pronto
veremos, nuevamente, un gobierno de coaliciones, porque ya se establecen
signos claros que el poder se debe mantener por mayorías y no por
movimientos sociales.
La relación monetaria y la política se lleva muy mal cuando la gestión
intenta ampliar el cobro impositivo, en momentos que se ralentiza el
sistema de precios y la producción. Un impulso inverso al crecimiento
que lo único que trae, encajonado son ideas confusas, crea un ambiente
agresivo dentro de la sociedad, aún orientada por un sentido
democrático, que siente cómo se pierde el rumbo.
La política económica acomodaticia a las tendencias amparadas al flujo
de sus ingresos e inyecciones informales de capital crea una reversión
gradual de los valores democráticos, que algunas veces se mimetizan,
pero en realidad son movimientos más que sociales, económicos. Esta
desorientación está creando un nuevo ánimo, y al mismo tiempo una
agresividad contenida de la sociedad excluida de la fiesta y el reparto.
Se pasó a la polarización y fragmentación de los grupos de poder como
una forma de ampliar el control, por ejemplo, en el oriente. Es tiempo
de desequilibrios económicos que dificultan la democracia sustentada por
un grupo privilegiado alejado de ciudadanos y montado sobre una visión
del control.
La gestión eficaz ha quedado al olvido, dejando atrás incluso parte del
ímpetu político que se aseguraba asimismo la necesaria reforma y las
espaldas del sistema judicial y legal. Perdida esta sintonía, ahora
resulta más grave porque ya nadie cree como al inicio en el discurso.
La tecnología juega dos roles fundamentales en la expresión de los
insatisfechos. En las plataformas y redes sociales, la comunicación
cruzada beneficia y radicaliza, al mismo tiempo, la brecha informativa y
amplían la conducta que agota al sistema democrático en la era de la
post verdad.
La logística política comienza a trasladar los roles entre los miedos y los anhelos, pero no así la economía de los mismos actores que operan libremente en el modelo de negocios informales que operan en el país y que muy poco se traduce en producción diversificada, sostenible y de industrialización. Tenemos un mercado formal enclaustrado que no abre su espacio a la inversión por temor, complejo panorama.
Se resquebraja la idea de un modelo económico de país por uno solo: el
político y solo por la trascendencia del poder. Aunque este espacio
domina la edificación de la economía informal, se enfrenta a un proceso
de valoración con un alto margen de desaprobación, donde lo legal
deslegitima la realidad constantemente a base de la necesidad de una
clase claramente absoluta y homogénea en el poder.
El fracaso de los viejos partidos políticos que buscaron una alianza de
hecho en la búsqueda de recursos económicos terminó haciendo que los
financiadores se den cuenta que ellos podían ser parte de los
movimientos sociales y emerger sus competidores. Así emergieron y
forjaron sus propios líderes, acordes a sus intereses económicos,
subyugados, claro, a la política.
Este contraste con la sociedad democrática, disimulado por la bonanza,
hace agua. El ciudadano entiende que el problema es una democracia
acomodaticia que afecta sus vidas y la de sus hijos. Ese ciudadano
ahora toma una bocanada de aire y puede decir con aprehensión que el
poder y la economía viven, pero la democracia a muerto.
Luis Fernando García es economista.