Medio: El Deber
Fecha de la publicación: martes 27 de mayo de 2025
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Durante la organización del conversatorio: “Voto joven y crucial”, que se llevó a cabo el viernes 23 de mayo en las instalaciones de la Unifranz y estuve como panelista, alguien lanzó una frase que ya se ha vuelto predecible “¿Y cómo van a hacer para que los jóvenes vayan? Si a ellos no les interesa.”
La frase me cayó como una sentencia, como si resumiera la supuesta indiferencia de mi generación. Se dijo con naturalidad, como si los jóvenes no pensaramos, no sintiéramos, no viviéramos las consecuencias de las decisiones que se tomaron por nosotros. Como si la apatía fuera parte de nuestra genética.
Nada más lejos de la verdad. A los jóvenes si nos interesa, nos duele la realidad, nos indigna la injusticia, nos frustra la exclusión. Vivimos en carne propia la precariedad de un sistema que la mayoría de veces nos margina. Y, pese a eso, no nos resignamos. Entendemos que el desinterés que algunos nos atribuyen es, en gran medida, el resultado de una estructura política que durante años nos ha ignorado, infantilizado o manipulado. Pero esa historia puede, y debe cambiar.
Porque estamos cansados y entendemos que la política no es solo lo que ocurre en los parlamentos o en los discursos de los poderosos. La política está en nuestra vida cotidiana: en el precio del transporte público, en la calidad de nuestra educación, en el acceso a un sistema de salud digno, en la posibilidad de conseguir un empleo estable, en el acceso a la información. Está en las decisiones que se toman sin consultarnos, en las oportunidades que se nos niegan y en los sueños que tenemos que postergar para buscar una manera de sobrevivir en este país que se hunde frente a nuestros ojos.
Frente a esta realidad, tenemos una herramienta fundamental: el voto, y no cualquier voto, hablamos de un voto informado, consciente y con propósito. Uno que no repita los mismos errores de siempre, uno que no castigue con rabia y olvido, sino que que construya. Que abra caminos a nuevas ideas, que impulse liderazgos más representativos, que diga “queremos un país diferente y lo vamos a lograr”.
El voto joven tiene poder y no solo puede redefinir una elección - algo que puede ocurrir ya que los jóvenes representamos más del 30% del padrón electoral boliviano-, sino porque encierra el potencial de transformar profundamente la política. De romper con el círculo vicioso de la desilusión del “para que votar si nada cambia”.
El cambio empieza cuando decidimos actuar y participar. Pero la participación no es solo en las urnas, se construye también en los espacios donde se gestan decisiones colectivas: en los consejos municipales, en las asambleas departamentales, en los centros estudiantiles, en las organizaciones sociales, en las calles, en las redes sociales. La política es un ejercicio diario de presencia y propuesta, y cuando no estamos ahí otros ocupan ese lugar. Muchas veces sin tener idea de nuestras realidades y urgencias.
Ser joven no es una excusa para mantenerse al margen. Al contrario, es razón de sobra para involucrarse, porque somos quienes vivirán más tiempo las consecuencias de las decisiones que se tomen hoy. Porque no queremos heredar un país dividido, empobrecido y gobernado por la corrupción, sino construir uno más justo, sostenible e inclusivo.
Participar en política no es solo ser candidato, participar es informarse, debatir, opinar, organizarse, ejercer presión ciudadana, exigir transparencia, defender causas, proponer ideas. Significa entender que todos tenemos algo que aportar y que la transformación de un país empieza por reconocer que lo público nos pertenece.
Tenemos muchas herramientas para incidir, desde el activismo digital, hasta la organización comunitaria, desde el arte hasta el periodismo, desde el emprendimiento social hasta las plataformas políticas. Pero para que ese potencial se convierta en fuerza real de cambio, es necesario dar el paso de la queja a la acción, de la crítica al compromiso.
Indignarse desde casa no basta, hacer memes tampoco, el sarcasmo en redes no cambia realidades si no está acompañado de acciones concretas. Nuestro país necesita mucho más que espectadores, necesita protagonistas.
Y por eso hoy más que nunca, hay que reivindicar el valor del voto joven. No como un acto simbólico o un gesto decorativo, sino como una afirmación poderosa de ciudadanía. Como una forma de decir “aquí estamos”, marcar un rumbo, de poner en el centro nuestras preocupaciones, nuestras luchas y nuestros sueños.
No esperemos a ser tomados en cuenta para participar, participemos para que nos tomen en cuenta. El voto joven no es una promesa a futuro, es el presente y si lo usamos con conciencia y propósito, puede ser la herramienta más poderosa para construir el país que merecemos y soñamos.