Medio: El Deber
Fecha de la publicación: jueves 30 de noviembre de 2017
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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La democracia es precisamente el sistema más extendido en el planeta, porque, pese sus imperfecciones, plantea los contrapesos al poder y los roles institucionales que frenan las ambiciones desmedidas de los gobernantes. Cuando no hay los contrapesos o instituciones fuertes, será fácil que el poderoso haga lo que le venga en gana. Desde que llegó al poder, el MAS siempre anunció que pasaría del control del gobierno al control del poder, en lo posible total. Poder político, poder económico, poder cultural y poder comunicacional. Desde entonces ha sido muy disciplinado con su plan de copamiento total, favorecido por votaciones inusuales y hasta asombrosas.
Con tanto empoderamiento, no dudó en despejar de su camino toda la lógica de la filosofía democrática mundial: independencia de poderes, respeto a la institucionalidad, pluralidad y alternancia política. Y lo seguirá haciendo, si eso garantiza la supervivencia de su proyecto de poder para siempre. Por eso, los magistrados que fallaron el martes pasado a favor de la reelección de por vida de Morales son solo actores secundarios e irrelevantes en el complejo escenario de una democracia herida.
La pregunta ahora es: ¿qué hacen los del otro lado para evitar el avance vertiginoso e imparable de un proyecto de poder que parece un tsunami que arrasa todo lo que se le pone al frente? Pues, hasta ahora, poco, muy poco. ¿Y qué viene a continuación? Pues lo mismo que vimos desde el comienzo. El libreto oficialista seguirá invariable y encontrará el camino fácil para avanzar con una institucionalidad que lo favorece y con una alarmante funcionalidad de una oposición dispersa y reactiva.
No será la comunidad internacional la que deba resolver estos problemas de la democracia boliviana. Ha quedado demostrado en casos como Venezuela la escasa eficacia de los organismos extranjeros. En consecuencia, las soluciones tienen que nacer de los mismos ciudadanos que deberán encarar con una nueva actitud su participación más activa, crítica y efectiva en la realidad política. El otro camino, el más triste: la capitulación.