Medio: El Deber
Fecha de la publicación: viernes 31 de agosto de 2018
Categoría: Legislación electoral
Subcategoría: Leyes nacionales y decretos reglamentarios
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La puesta en agenda del proyecto de Ley de Organizaciones Políticas ha generado una nueva dinámica en la vida nacional, no necesariamente positiva para el país, si el objetivo es una electoralización prematura en desmedro de una gestión que debe cumplir las responsabilidades que juraron cumplir los gobernantes en ejercicio.
Con habilidad y en los viejos moldes de hacer política con ardides, se ha insertado la gimnasia electoral, a sabiendas de que a ello no podrán sustraerse todas las organizaciones, que hoy conforman el escuálido sistema de partidos, aún extraviado de los caminos de salida de la crisis. En los debates ocurridos los últimos días, solo se puede ver la preocupación de cómo podrán o no, cumplir las etapas señaladas en esa ley, llámense elecciones primarias, actualización del registro de militantes o de alianzas.
Se ve la preocupación de falta de tiempo para formular aportes centrales respecto del nuevo rol de las organizaciones políticas en una realidad distinta a la que teníamos hacen tres o cuatro lustros y sobre la nueva estructura de las organizaciones políticas que esta exige; menos aún, sobre la construcción de una visión de país prospectiva de cara al mundo, con base en potenciar lo bueno y erradicar lo malo extraído de estas experiencias.
No son pocas las evidencias empíricas de lo que acarrea una perspectiva del ‘poder por el poder’, camarillas, prebendas clientelares, cupos parcelarios exacerbados de por medio, que no han hecho otra cosa que envilecer al entorno del poder y a la sociedad misma, generando índices insostenibles de corrupción generalizada, deshonestidad, inconsecuencia e inconductas crónicas, sepultando todo lo que se parezca y acerque a los principios, valores y a la moral en el ejercicio público. Al destruir la institucionalidad sin atisbos de sustituirla por otra mejor, se nos puede estar conduciendo al descalabro colectivo, donde ya no tendrán cabida la política como servicio sino la perpetuación en el imaginario colectivo de la aceptación de la política sucia y medio de enriquecimiento y aprovechamiento de la oportunidad’, cuyo resultado puede ser el vacío, la nada.
La responsabilidad de los políticos que sigan jugando con el país, enredados en ardides y cálculos de ida y vuelta, alejados cada vez más de un país que sigue esperando soluciones y futuro, sin duda será histórica y mientras sigan mirándose a sí mismos, no se extrañen que la sociedad geste el cambio por vías nuevas y distintas, sin ellos.