Medio: El Deber
Fecha de la publicación: jueves 15 de mayo de 2025
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Las interpretaciones más relevantes emitidas por el Tribunal
Constitucional Plurinacional (TCP) autoprorrogado no solo configuran
desviaciones jurídicas, sino que constituyen una ruptura estructural con el
proyecto político, social e institucional que dio origen a la Constitución de
2009. Lejos de fortalecer el proceso de transformación democrática, las
decisiones de este TCP han generado consecuencias negativas que minan el pacto
constitucional y traicionan el mandato popular de construir un Estado Plurinacional
basado en la descolonización, la justicia social y la autodeterminación de los
pueblos.
Desde una perspectiva social, el accionar del TCP ha
deteriorado profundamente la confianza ciudadana en el sistema de justicia. La
autoprorrogación no fue validada por ningún proceso participativo ni refrendada
por la voluntad soberana del pueblo. Esta desconexión entre poder judicial y la
ciudadanía ha alimentado un clima de escepticismo, desafección y rechazo
generalizado hacia las instituciones estatales. Para los sectores
históricamente marginados —pueblos indígenas, mujeres, diversidades sexuales,
trabajadores precarizados— el TCP ha dejado de ser un garante de sus derechos
para convertirse en un órgano distante, elitista y funcional al poder político
de turno.
Desde la dimensión política, el TCP autoprorrogado ha
operado como un dispositivo de legitimación de prácticas autoritarias. Al
avalar la permanencia de sus miembros más allá del mandato constitucional, y al
emitir fallos con evidente sesgo ideológico, se ha convertido en un actor
político que interfiere en la correlación democrática de poderes. Esta
subordinación desdibuja la independencia judicial y convierte al Tribunal en
una herramienta para la estabilización de intereses partidarios, lo cual bloquea
toda posibilidad de alternancia y vacía de contenido la soberanía popular. El
constitucionalismo boliviano, que nació para romper con los mecanismos de
dominación histórica, está siendo instrumentalizado para consolidar nuevos
enclaves de poder centralista.
Institucionalmente, las consecuencias son aún más graves. La
legitimidad del sistema constitucional se sostiene sobre la premisa de que
quienes interpretan la Carta Magna lo hacen desde la legalidad y la
legitimidad. La prórroga de funciones viola ambas. Este precedente pone en
riesgo todo el sistema de justicia constitucional: crea incertidumbre sobre la
validez de sus fallos, debilita el principio de legalidad, y genera un efecto
cascada de inestabilidad institucional. Si el máximo intérprete de la
Constitución no respeta los límites temporales de su mandato, ¿qué impide que
otros órganos del Estado hagan lo mismo?
La responsabilidad histórica del TCP era consolidar un pluralismo jurídico liberador, cimentado en el respeto a la diversidad, la horizontalidad entre sistemas normativos y la democratización del poder. En su lugar, ha favorecido una lectura utilitarista de la Constitución, cerrando las puertas a la renovación democrática y traicionando los principios fundacionales del Estado Plurinacional.
En suma, el TCP autoprorrogado no solo ha fallado
jurídicamente; ha fallado al país. Su permanencia ilegítima representa un
retroceso profundo en la construcción de una Bolivia más justa, plural y
democrática.