Medio: El Deber
Fecha de la publicación: jueves 08 de mayo de 2025
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Las crisis no son el resultado de hechos fortuitos e
inconexos; por el contrario, son la consecuencia de la acumulación de errores o
de situaciones que, desde su inicio, ya se podían identificar como precursoras
del desastre.
¿Qué se podía esperar de haber entronizado en la primera magistratura del país
a una persona carente de formación básica y proveniente de un sector llamado
con eufemismo como “informal”, por no denominarlo con sinceridad como ilegal o
delincuencial? A partir de ese hecho esencial, se desgranaron los actos
deliberados, previstos y calculados, para destrozar todo vestigio de
institucionalidad y ejercer el dominio férreo del poder unívoco sobre lo
político, lo económico y lo social.
La
sucesión fue más de lo mismo, con el añadido de un dogmatismo trasnochado. Las
dos décadas pasadas estuvieron matizadas por un auge económico sin parangón,
que permitió el mayor derroche desde el nacimiento de Bolivia, y que fue
utilizado para dar la falsa impresión de unas finanzas boyantes, al tiempo que
sirvió de distracción para imponer aberraciones cada vez mayores, recibidas con
mansedumbre colectiva.
Poco
hay que aumentar, porque es historia compartida y todos hemos vivido esa época,
que ha rematado no sólo en la falta de provisión de combustibles o de moneda
dura, sino en la apropiación indebida de los ahorros de la población (con un
“corralito” que ha confiscado los dólares de la gente y con una rapacidad
compulsiva que le ha hincado el diente a los dineros de los jubilados, como
ejemplo); con un sistema judicial que hiede a cloaca (salvando honrosas
excepciones); con unas organizaciones armadas ineficientes en su función de
proteger la integridad nacional (hoy dividida en “republiquetas”) y en darle
seguridad a los ciudadanos, en lugar de amedrentarlos; con un parlamento
nacional que más se asemeja a un desvencijado y variopinto circo; con un
sistema electoral roído por la desconfianza; con una corrupción que es
“transversal” (es decir: que afecta a todos los sectores y actividades del
país); y todo bajo la batuta de unos mandamases ineptos e inútiles.
Cada
uno puede dar su aporte a esta reducida lista. Simplemente añadiré que el peor
de sus efectos nocivos ha sido la degradación moral generalizada.
Frente a tan lacerante realidad, nos encontramos inmersos en una vorágine
electoral, donde decenas de “iluminados” han visto la ocasión propicia para
saltar al ruedo, toreando un taimado, muy peligroso y cerril animal, con la
raída capa de supuestos partidos políticos, que no son otra cosa que cascarones
vacíos, sin militancia, pero con un avezado sentido del comercio. Acabarán
ensartados en la cornamenta de la bestia.
El
desfile de “predestinados” es inacabable. Cada cual convencido de su función
mesiánica y todos dedicados con el mayor ahínco a denostarse mutuamente, para
complacencia de sus verdaderos contrincantes.
Alguien
tiene que decir, de una vez por todas, que la unidad no es una alternativa: es
la única posibilidad de iniciar un cambio. Dejémonos de vitorear al
pretendiente de nuestra preferencia. Esto no es un concurso de belleza, ni
siquiera es un certamen de inteligencia; es nuestro destino el que está en
juego. Seamos conscientes de que Ninguno, de forma individual, podrá hacer
frente a una estructura diseñada para que gane el caballo del corregidor, sin
importar cuál sea el jinete.
Los
apasionamientos no hacen otra cosa que alejarnos de la posibilidad del triunfo.
Aprendamos de las lecciones recientes: unos estaban confiados en el voto útil y
los otros en el voto regional, y no escucharon los llamados a la unión. El
resultado: fueron devorados por el monstruo; el uno terminó entre rejas y el
otro en el marasmo.
Por
supuesto que hay críticas razonables a los postulantes actuales, tanto en lo
personal como en cuanto a la gente que los rodea. Si nos ponemos a escarbar,
encontraremos materia para criticar a cada uno; incluyendo a los candidatos
jurásicos, como se los ha denominado, tanto como a los que se presentan con el
rótulo de la renovación y que se consideran “impolutos”. Este es un pueblo pequeño
y nos conocemos. Además, aquí lo que no se sabe, se inventa; no existen reparos
en crear relatos que mengüen las posibilidades del adversario.
También
hay que decir que, desde la perspectiva racional, hay pocas diferencias entre
las propuestas serias para enfrentar la álgida situación nacional. Podrían
juntarse los programas, de manera que se complementen en beneficio del objetivo
principal: ofrecerle e al pueblo boliviano la opción de un mejor futuro.
En
el campo de lo práctico, es improbable que, incluso amalgamándolos, se consiga
hacer un buen gabinete ministerial. En el deseable caso de que llegaran a
conducir al país, es más que previsible que tendrán que enfrentar una
inmisericorde oposición.
Por
ello, insistamos una vez más: dejen de lado sus presuntas diferencias y
demuestren que verdaderamente están en la política por una vocación de servicio
y amor a la Patria, y no por intereses mezquinos. Dennos la esperanza de que
tendremos una oportunidad de vencer al despotismo y recuperar la libertad.
En
suma, la única elección es: ¡Unidos o vencidos!