Medio: El Día
Fecha de la publicación: jueves 30 de agosto de 2018
Categoría: Institucional
Subcategoría: Tribunal Supremo Electoral (TSE)
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El sanguinario dictador soviético Joseph Stalin, quien se jactaba de su régimen asesino, era cuidadoso, sin embargo, de organizar elecciones con cierta regularidad, aunque luego se burlaba de esta falsa democracia practicada por la mayoría de las dictaduras socialistas. Decía que no importaba cómo vote la gente, sino quién es el encargado de contar esos votos.
En Bolivia no hizo falta caer en un sistema totalitario como el de Stalin para constatar lo importante que es contar con un árbitro confiable que garantice el elemento fundamental de la democracia, la capacidad de elegir libremente a las autoridades, cimiento sobre el que se van construyendo los demás pilares del estado de derecho, trabajo arduo en el que estamos enfrascados los bolivianos desde 1982.
Todos recordamos el daño que le hizo al progreso democrático la actuación de la tristemente célebre “Banda de los Cuatro” (que no eran más que eso, unos bandidos) que se apoderó de la ex Corte Nacional Electoral y perpetró una grosera manipulación de los resultados de las elecciones de 1989, episodio que comenzó a generar descrédito en la población sobre los beneficios de haber abandonado la dictadura.
Afortunadamente los diversos sectores políticos que habían llegado al consenso de dejar para siempre el antiguo sistema, coincidieron en 1991 que la única manera de salvar la democracia era poniendo al mando de la Corte Electoral a ciudadanos notables, no solo por su formación profesional, sino también por su probidad, convicciones y principios. Ellos fueron capaces de devolverle la transparencia a los actos eleccionarios, de crear un sistema de financiamiento de los partidos políticos e introducir toda una serie de reformas que debían ir aportando en el fortalecimiento democrático.
El régimen gobernante actual, que tanto reniega del pasado debería reconocer que la gran consagración de ese progreso que iniciaron los “notables”, respaldado por el consenso de la sociedad y las organizaciones políticas, fue precisamente la histórica elección de 2005, en la que la transparencia, la garantía, la seguridad y la confiabilidad hicieron posible una victoria de Evo Morales, que seguramente en otras condiciones, en un contexto como el que manipulaba Stalin, Fidel Castro o aquella “Banda de los Cuatro”, jamás se hubiera producido.
Hoy la historia nos pone frente a un reto mucho más desafiante y trascendente, pues se trata de impedir no solo un tropiezo de la democracia como el de 1989, sino de evitar que el país vuelva al camino del totalitarismo, la dictadura, la violencia y la tiranía. Y otra vez, el destino de nuestra democracia vuelve a estar en manos de las autoridades electorales, que están frente a la encrucijada de convertirse en “notables” o “bandidos”.
Hoy la historia nos pone frente a un reto mucho más desafiante y trascendente, pues se trata de impedir no solo un tropiezo de la democracia como el de 1989, sino de evitar que el país vuelva al camino del totalitarismo, la dictadura, la violencia y la tiranía.