Medio: El Deber
Fecha de la publicación: lunes 24 de febrero de 2025
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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La táctica política disruptiva que
finalmente llevó a Evo Morales y al MAS al poder fue el bloqueo. Paralizó el
país y movilizó a sus bases utilizando de infantería a indígenas cocaleros,
mujeres bartolinas, aymaras “ponchos rojos” y múltiples minorías radicales.
Hoy, tras dos décadas de gobierno, la permanencia del MAS en el gobierno
depende fundamentalmente de la división de la oposición. Evo impuso un modelo
político y económico errado, y Arce Catacora mantuvo sus malas políticas,
sumando corrupción. Sin embargo, la oposición fragmentada, le allana el
camino.
La
vez que la oposición estuvo más cerca de derrotar a Evo Morales fue en 2019.
Carlos Mesa pudo reunir el “voto útil”, y no por ser el más radical opositor,
sino precisamente por todo lo contrario. Él representaba la versión “light” del
mismo.
Como vicepresidente del gobierno del MNR, Mesa rompió con el presidente Gonzalo
Sánchez de Lozada en plena crisis de octubre de 2003, un hecho decisivo para la
caída de Goni. Y luego, para mantenerse en el poder, adoptó la agenda
subversiva masista, a la vez que amnistió a Morales y los sublevados y enjuició
a Sánchez de Lozada y a los miembros del gobierno saliente. Lo anterior
convirtió al gobierno transitorio de Mesa en la plataforma perfecta para el
triunfo de Morales en las elecciones de 2005.
Su
posterior papel internacional como portavoz de Evo Morales en su fallido
enjuiciamiento a Chile ante la Corte Internacional en La Haya, lo convirtieron
en un opositor afín, con suficiente cercanía como para atraer al electorado
blando del MAS en 2019.
En 2020, trató de repetir la estrategia, pero la irrupción del joven líder Luis
Fernando Camacho le privó a Mesa del favor del electorado cruceño,
indispensable para alcanzar la votación del año previo.
Para
la elección de 2025, su figura tuvo que ceder ante el embate de Jorge “Tuto”
Quiroga, reconvertido en un furioso ultraliberal de corte “trumpista”, en
discurso y atuendo, lo cual considero una mala estrategia para esta elección.
Y,
además, la candidatura de Quiroga enfrentará también resistencia en Santa Cruz,
donde Branko Marinkovic está tratando de resucitar Acción Democrática
Nacionalista (ADN), el partido que Tuto asfixió hasta casi la muerte, tratando
de borrar la memoria de su mentor y benefactor político, Hugo Banzer
Suárez.
El
así llamado “Bloque de unidad” ha sumado hasta ahora, lastimosamente, la
precandidatura del propio Camacho –gobernador secuestrado en una inhóspita
cárcel altiplánica– a la ya declarada postulación de Samuel Doria Medina y
varias otras detrás.
Por fuera de ese grupo está Manfred Reyes Villa sin posibilidad aparente de
poder consolidar una única candidatura. La oposición pareciera que existe bajo
el slogan “todos contra todos”.
Ese
es el escenario perfecto para el MAS, representado hoy por Arce Catacora, que
impávido de su falta total de apoyo popular, incluido a masistas que aún siguen
a Evo, pretende presentarse también a las elecciones.
Por
ello, la candidatura opositora ideal para el MAS es aquella que garantice la
mayor fragmentación posible de la oposición, a la vez que sea la más débil
estructuralmente y compita con el liderazgo cruceño.
Tuto
Quiroga, habiendo enterrado al más importante partido de centro derecha, ADN, y
pretender hacer lo propio con la memoria de su líder, presenta un formidable
flanco de ataque y debilidad electoral.
Recuérdese
también que, en su tiempo, Quiroga fue el más ácido crítico de la gestión
gubernamental de Sánchez de Lozada, el más importante y único presidente
liberal contemporáneo, exiliado hace más de dos décadas.
Todo
lo anterior muestra un panorama desolador para la “autoprorrogada” oposición
tradicional que más parece un “Bloque(o) a la unidad”, luchando denodadamente
por conservar su “derecho” a monopolizar esa condición por los últimos 20 años.
Por
último, un análisis de una reciente encuesta de la Fundación Friedrich Ebert de
Alemania muestra la altísima incertidumbre por la que atraviesan los bolivianos
(80%). Su preocupación por la polarización (89%), se refiere más al universo
político del MAS, y en menor medida a la de la llamada oposición tradicional, a
la que califica de pésima (44%) y mala (40%), o sea la condena en ¡un 84%! Es
más, sobre la polarización, a la gente le preocupa más la división del MAS
(18%), que la de la oposición, solo 9%. Casi nada.
Con
una evaluación general de la situación del país y del gobierno como “mala” y
“pésima” que supera el 89%, debemos preguntarnos por qué la gente no se apoya
en la oposición como sería lógico, y sigue votando por “ninguno” entre los
candidatos.
¿Será porque esa oposición, que quiere imponernos su representación fracturada,
es más bien el tapón funcional que necesita el MAS para bloque(ar) la unidad y
derrotarnos otra vez?