Medio: El Deber
Fecha de la publicación: jueves 13 de febrero de 2025
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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En pleno siglo XXI, no hay dólares, no hay combustible, los precios de la canasta familiar aumentan día a día, pero el tema que domina la conversación es el voto universal y si las medidas de Víctor Paz Estenssoro fueron acertadas o no.
Casi 73 años después de la Revolución de 1952, un deplorable personaje de la farándula boliviana irrumpió con un discurso disruptivo (o al menos así lo creyó en su cabeza), asegurando que la raíz de todos los males de Bolivia se encuentra en las medidas implementadas por Paz Estenssoro, entre ellas el voto universal.
En 2025, Bolivia cumplirá 200 años de Independencia y, sin embargo, hace poco más de siete décadas que todos sus habitantes fueron reconocidos como ciudadanos de primera clase. Aun así, parece que no todos los bolivianos son conscientes de nuestra historia de luchas y conquistas por derechos tan básicos como el reconocimiento ciudadano en la tierra donde se nació y se vive. La primera Constitución que rigió nuestra patria establecía en su artículo 12: “Son ciudadanos de Bolivia:
1° Los bolivianos casados o mayores de veintiún años, que profesen alguna industria, ciencia o arte, sin sujeción a otro en calidad de sirviente doméstico.
2° Los extranjeros casados con bolivianas, que reúnan las condiciones del número anterior.
3° Los extranjeros solteros, que tengan cuatro años de residencia en la República y las mismas condiciones.
4° Los extranjeros que estén al servicio de la República y los que combatan en su defensa.
5° Los extranjeros que obtengan carta de ciudadanía.”
Esto significaba que ningún campesino o iletrado era considerado ciudadano, sin importar que hubiera nacido y vivido toda su vida en Bolivia. Ni hablar del derecho al voto, una palabra tabú cuando se asociaba con indígenas, campesinos u obreros.
Sin embargo, la exclusión de las mayorías no pasó desapercibida. Desde las primeras décadas del siglo XX, los movimientos indígenas y obreros levantaron su voz en demanda de reconocimiento y derechos políticos. La lucha de líderes como Santos Marka T’ula, quien organizó comunidades aimaras para resistir el abuso hacendatario, o la de los sindicatos mineros, clave en las grandes reformas sociales del país, demuestra que el voto universal no fue un regalo del poder, sino una conquista del pueblo.
En 1952, cuando Paz Estenssoro y el MNR llegaron al poder, redefinieron la ciudadanía:
“Son ciudadanos de la República todos los bolivianos, hombres y mujeres, mayores de veintiún años, cualquiera que sea su grado de instrucción, ocupación o renta.”
El artículo 2 del decreto señalaba que la ciudadanía consistía en:
“Concurrir como elector o elegido a la formación o ejercicio de los poderes públicos, dentro de las condiciones establecidas en el decreto. La admisibilidad a funciones públicas, sin otro requisito que la idoneidad, salvo las excepciones establecidas por la ley.”
Sin embargo, se tuvo que esperar hasta 1961 para que esta nueva definición fuera incluida en la Constitución. El artículo 39 de la Constitución Política del Estado de 1961 establecía que la ciudadanía consistía en:
1°. Concurrir como elector o elegido a la formación o el ejercicio de los poderes públicos.
2°. La admisibilidad a funciones públicas, sin otro requisito que la idoneidad, salvo las excepciones establecidas por ley.
El artículo 40 de la misma Constitución disponía que:
“Son ciudadanos todos los bolivianos mayores de 21 años, cualquiera sea su grado de instrucción, ocupación o renta, sin más requisito que su inscripción en el Registro Cívico.”
La ampliación del derecho al voto fue una victoria fundamental de la Revolución Nacional, pero no habría sido posible sin la lucha de los indígenas y obreros, que durante décadas exigieron el reconocimiento de su ciudadanía plena. Las marchas, huelgas y levantamientos demostraron que las mayorías excluidas no estaban dispuestas a seguir siendo invisibles.
Con este breve repaso histórico, resulta alarmante que, más de siete décadas después de aquel hito, aún existan voces que cuestionen un derecho fundamental conquistado con lucha y sacrificio. La historia ha demostrado que la exclusión solo perpetúa la desigualdad y el estancamiento de una sociedad.
El voto universal no es solo una cuestión de democracia, sino de dignidad y reconocimiento. Quienes hoy critican su existencia olvidan que, sin él, millones de bolivianos seguirían relegados a la invisibilidad política. Y si algo nos enseña la historia, es que la exclusión nunca ha sido la respuesta a los problemas de un país.
En el Bicentenario, Bolivia no puede darse el lujo de retroceder en su democracia. Más que cuestionar el voto universal, deberíamos preguntarnos cómo garantizar que cada ciudadano tenga verdaderas oportunidades para ejercerlo con libertad, conciencia y sin manipulación.