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Medio: La Razón
Fecha de la publicación: viernes 24 de enero de 2025
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Así como ocurre en el resto del mundo, en Bolivia la comunicación política ha cambiado radicalmente desde 2016, cuando las redes sociodigitales se confirmaron como protagonistas en la configuración del debate público nuestro de cada día. Facebook, X (Twitter) y, más recientemente, TikTok se han convertido en escenarios donde se libran verdaderas batallas políticas por la opinión pública. Pero, ¿hasta qué punto estas plataformas -desinformación y polarización mediante- están hackeando nuestras democracias?
Aunque el efecto de lo que ocurre en redes respecto a la política es variable en dependencia con los contextos propios de cada cultura política local, lo cierto es que existe una creciente dependencia de las redes sociodigitales como vehículo de la política y como actores de la misma. Los candidatos ya no solo compiten en plazas y mercados; también lo hacen en algoritmos que deciden qué contenido llega a los votantes. En este escenario, las campañas digitales se convierten en armas poderosas, donde no solo se difunden propuestas, sino que también se persigue moldear emociones y percepciones en tiempo real. Todo esto en la era de la antipolítica emocional.
En sus inicios, las redes sociodigitales nos habían prometido democratizar el acceso a la información y dar voz a los ciudadanos. Sin embargo, esa promesa ha consolidado su fin este pasado lunes, cuando un reducido ecosistema dominado por intereses económicos y políticos ascendió al poder de uno de los países más relevantes del planeta (dicen por ahí que la única minoría peligrosa del planeta son los ricos).
Los llamados tecnoligarcas —los CEO de las redes sociodigitales más relevantes en occidente— han acumulado un poder sin precedentes, capaz de influir en la política global y local. Varios estudios han comprobado que en Bolivia las dinámicas en redes sociodigitales fueron una variable relevante en la movilización de la opinión pública en pasadas elecciones. Y aunque aún resulta muy complejo medir el nivel de influencia en el voto, lo que va quedando claro es el nivel de afectación que están teniendo sobre las democracias.
Campañas de desinformación, hashtags polarizantes y videos virales definen continuamente gran medida de las narrativas políticas y esto se intensifica radicalmente en periodos electorales. Este 2025, nos enfrentamos a un escenario aún más complejo, donde los ciudadanos están expuestos a un flujo constante de información, muchas veces diseñada para manipular emociones y generar reacciones inmediatas. Las redes están acá para confirmar que las campañas negras (la denominada guerra sucia) ahora es predominante en los periodos de propaganda electoral.
Las elecciones de 2025 van a representar un punto de inflexión en este tema para Bolivia. Sabemos, de inicio, que nuestra democracia está muy debilitada, nuestra cohesión social tremendamente herida y los líderes políticos absolutamente atomizados. Es decir: estamos ante un escenario propicio para desinformar, polarizar y manipular.
Visto lo que el mundo entero vio esta semana, está claro que no estamos en condiciones de darnos el lujo de no (pre)ocuparnos del problema que vienen significando las redes sociodigitales cuando buscan hackear nuestras democracias. ¿Estamos dispuestos a ceder el control de nuestras narrativas políticas a los algoritmos diseñados por tecnoligarcas con intereses ya no sólo económicos sino también políticos? ¿Podemos/queremos volver a tener un espacio público libre menos tóxico, vil y más focalizado en el bien común? ¿estamos aún a tiempo?