Medio: Brújula Digital
Fecha de la publicación: viernes 06 de diciembre de 2024
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones judiciales
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La carrera electoral está en marcha y por primera vez en casi dos décadas no conocemos a estas alturas de la carrera electoral ningún candidato oficialmente confirmado. Independientemente de la inscripción formal en el Tribunal Supremo Electoral, usualmente los candidatos eran los jefes de los partidos políticos; sin embargo, ahora mismo, las cosas marcan una extraña indefinición no solamente en el campo opositor sino en el oficialista también (eso de campo opositor es relativo).
No obstante, la indefinición por aclarar el panorama de los competidores es aún un dilema en la crónica dispersión opositora, lo cual nunca significó en esencia la dispersión del electorado; consecuentemente, eso de buscar la unidad a ultranza entre competidores de diferentes densidades es quizás una estrategia favorable a los menos representativos.
Observando la oferta electoral preliminar, llama la atención que algunos precandidatos datan de al menos 20 o 30 años en las lides del proselitismo; es como si el tiempo se hubiera congelado, fácilmente parecería una elección de los 90, situación que quizás nos deba llevar a reflexionar por qué no existe renovación. Desde hace cinco elecciones, al menos las mismas dos o tres figuras insisten en competir, considerando que algunos nunca estuvieron ni cerca de ganar una contienda electoral nacional. Obviamente les asiste todo el derecho y tienen la prerrogativa constitucional para tal efecto; no obstante, es surrealista vivir una situación casi paleolítica en un tiempo donde más que el agotamiento de un ciclo lo que en esencia vivimos es un cambio de época.
Carlos Matus (1931-1998), prestigioso economista chileno, abordó de forma magistral en una entrevista brindada en Argentina (1998), las cinco causas del descrédito de la política en Latinoamérica. En esa ocasión, señaló que una de las causas más importantes es que los partidos políticos son como clubes electorales, carecen de canteras para formar a sus cuadros políticos y proyectar la emergencia de líderes, no instalan sus “think tanks” para construir su plan país y se organizan únicamente para momento electorales; yo añadiría que ni siquiera funcionan como clubes electorales, sino como clubes de amigos o sea estructuras sin base social, desconectadas de la realidad, pero principalmente muy verticales, donde la figura del jefe es incuestionable, caudillista.
La circulación del poder es un asunto anquilosado y muy distante del deseo de quienes se encuentran en la cúspide de la pirámide partidaria. En realidad, los partidos u organizaciones políticas suelen ser estructuras piramidales de base estrecha y punta muy afilada (Suarez, 1998); el MAS es diferente, porque si bien es de base ancha, su impronta radical es de matriz sindical, de fuste autoritario químicamente puro.
Paradójicamente, las figuras políticas que fungen como jefes de partidos (intencionalmente no digo líderes), recurrentemente censuran duramente las conductas autoritarias y antidemocráticas de la otredad. Empero, en su fuero interno, no dan ni las más mínimas señales de estar preocupados por propiciar una saludable rotación democrática dentro de sus organizaciones. En esas condiciones, como se espera que surjan nuevas figuras con genuinas cualidades de liderazgo.
El 10 de julio del presente año, los jefes de los frentes políticos del país acudieron a convocatoria del Tribunal Supremo Electoral para analizar la situación de las elecciones venideras. En esa oportunidad firmaron un acuerdo que canceló las elecciones primarias para supuestamente priorizar las elecciones judiciales. Ese mismo día declaré en algunos medios de comunicación que se asestó un duro golpe a la democracia: dije que nos quedaríamos “sin soga ni cabrito”, es decir, sin elecciones primarias ni judiciales, y así sucedió.
Supongo que nadie piensa que el hecho de que el Tribunal Constitucional elija solo a cuatro miembros de nueve puede ser considerada una elección, es un engaño descomunal que consolidará a los autoprorrogados hasta 2026 mínimamente.
Pero en esta ocasión mi punto de análisis no va en la dirección de las elecciones judiciales, sino en la cancelación de las elecciones primarias. En esa oportunidad, los jefes políticos presurosos y entusiastas llegaron a La Paz de todo el país y sin chistar firmaron el acuerdo que canceló la práctica de la democracia interna en los partidos políticos. Impusieron el statu quo para no someterse a competir internamente, algo seguramente muy duro, pero sano y necesario, y bueno, así estamos, con jefes que no propician ni estimulan prácticas democráticas vigorosas; luego sufren vergonzosos desbandes internos de militancia, o peor, de representantes en el Legislativo.
Salvando las diferencias, sobre todo la enfermiza actitud de un expresidente investigado por estupro, los jefazos no solo están en el MAS, sino que forman parte de la cultura política autoritaria de todo el espectro; por eso, repito, como se puede esperar renovación si los pocos conductos formales (elecciones primarias) son anulados por quienes conducen conformaciones políticas.
Estas son conductas antidemocráticas que propiciarán un tsunami político en cualquier momento, porque la renovación no llegará de forma institucional, sino por la fuerza de nuevas opciones regionales y generacionales.