Medio: El Deber
Fecha de la publicación: viernes 29 de noviembre de 2024
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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El Célebre Filósofo Griego, Platón (427-347 A.C), en su monumental
obra “La República”, advierte cómo las democracias pueden degenerar en tiranías
cuando los gobernantes abandonan los principios de justicia y verdad.
Esta
advertencia filosófica resuena inquietantemente en Bolivia a finales de 2024,
donde la democracia se ha transformado en un sistema débil, coercitivo y
opresivo.
Lejos
del ideal de un gobierno guiado por la sabiduría y la virtud, el liderazgo
boliviano parece más cercano al modelo tiránico que Platón condenaba: uno que
oprime bajo el disfraz de la legitimidad electoral.
El "rey filósofo" de Platón encarna la virtud, la sabiduría y el
sacrificio personal por el bienestar de la polis. Este gobernante ideal no
busca el poder por ambición personal, sino por un sentido de deber hacia la
justicia y la verdad. Sin embargo, en Bolivia, el liderazgo se ha distanciado
de estos valores, priorizando intereses partidarios y perpetuando una cultura
de clientelismo.
El
"tirano", según Platón, es un gobernante que gobierna para sí mismo,
sin restricciones éticas ni legales. Este líder se rodea de aduladores y
reprime a quienes lo critican.
En
Bolivia, como es sabido, el control sobre el poder judicial y la persecución de
opositores son ejemplos claros de esta forma autoritaria. Las promesas de
equidad social y justicia se han diluido en un clima de concentración de poder,
donde el gobierno, más que un servidor del pueblo, actúa como un Ente
omnipresente que decide y de forma completamente miope.
El contraste entre el "rey filósofo" y el liderazgo boliviano actual
no puede ser más evidente. Mientras el primero busca la justicia y el desarrollo
integral de su pueblo, lo que vemos en Bolivia es una deriva hacia la
consolidación del poder en manos de unos pocos. La lección de Platón es clara:
sin un compromiso con la justicia y la virtud, cualquier sistema político está
destinado a degenerar.
Añadiendo
que la desconexión entre quienes gobiernan y la realidad que enfrentan los
ciudadanos es evidente. Mientras el oficialismo insiste en discursos de
progreso y justicia social, gran parte de la población lidia con pobreza,
corrupción endémica y un sistema judicial politizado. Esta desconexión refleja
la decadencia de una democracia que ha dejado de responder al pueblo. En lugar
de fortalecer instituciones, se han creado mecanismos de control que, lejos de
proteger derechos, consolidan el poder de una élite gobernante.
Uno de los aspectos más controvertidos es la obligación de votar, un mandato
que se presenta como un derecho democrático, pero que en la práctica sirve para
legitimar procesos viciados.
En
democracias avanzadas, el voto es voluntario, una expresión genuina de libertad
ciudadana. En Bolivia, el carácter obligatorio del sufragio, acompañado de
sanciones para quienes no lo ejercen, convierte el acto democrático en un deber
coercitivo, más cercano al control que a la participación consciente.
El
abuso del poder estatal es otro síntoma alarmante. Desde la persecución de
voces críticas hasta el uso de recursos públicos para intereses partidarios, el
Estado se ha consolidado como un instrumento de opresión en lugar de ser un
garante de derechos.
La
concentración del poder en el Ejecutivo, combinada con un Legislativo sumiso y
un Judicial manipulado, deja poco espacio para una genuina democracia. Este
panorama se agrava ante las elecciones judiciales programadas, marcadas por
dudas sobre su transparencia y legitimidad. En lugar de garantizar
independencia, estas elecciones parecen diseñadas para perpetuar el control
político sobre la justicia, consolidando un sistema donde la ley responde al
poder y no a los principios.
Frente
a este panorama, urge reflexionar sobre el rumbo del País. La historia enseña
que las democracias no mueren de un día para otro, sino que se desgastan
lentamente bajo el peso de la corrupción, la arbitrariedad y el descontento
ciudadano.
Bolivia
debe retomar los valores democráticos auténticos: instituciones fuertes,
elecciones transparentes y respeto por las libertades individuales. Si no se
actúa con decisión, el país corre el riesgo de confirmar las advertencias de
Platón y caer completamente en la tiranía.