La nueva psicología nos ha convencido de que las emociones son más importantes que la razón, del mismo modo que en el pasado se nos indujo a creer que no debemos corregir a los niños, ni reprenderlos ni guiarlos, porque eso supuestamente coarta su libertad, los condiciona y los limita a vivir en entornos plagados de patrones culturales opresivos. Hoy, la nueva educación sostiene que al niño hay que dejarlo galopar por la vida sin frenos ni riendas, como si fuera un corcel indomable. El tiempo dirá adónde nos lleva este enfoque.

Dominadas por sus emociones, las nuevas generaciones rechazan los compromisos, evitan tener hijos y desestiman la idea de hacer sacrificios, como lo hicieron sus padres al construir una familia, mantener un trabajo estable y llevar un estilo de vida tradicional. Ven lo convencional como algo retrógrado, lo tachan de obsoleto y suelen atribuirle alguna fobia. Estas generaciones se sienten incomprendidas y, en algunos casos, odiadas, alimentando una creciente cultura del victimismo. Este fenómeno es tan extendido que, irónicamente, hasta los terroristas intentan presentarse como víctimas.

En esta nueva dictadura de las emociones, el capitalismo se rechaza visceralmente, pues este sistema exige ahorro, esfuerzo, trabajo duro, riesgo y, por supuesto, aceptar resultados inciertos que a menudo son a largo plazo.

La psicología política ha estudiado este fenómeno y lo ha denominado “emocracia”, cuyo principal aliado son las redes sociales. En este ámbito, la realidad puede ser filtrada, moldeada al gusto del usuario y, si algo no se ajusta a sus emociones, se cancela, se elimina o se bloquea.

La "emocracia" describe un sistema sociopolítico donde las emociones predominan sobre la razón en la toma de decisiones y en la formación de la opinión pública. Según Germán Gorraiz López y otros pensadores como Fernando Pessoa, en la emocracia no lideran quienes apelan al pensamiento crítico, sino los “agitadores de sentimientos” o “emócratas”, quienes manipulan las emociones de las masas para obtener poder o influencia. Esto contrasta con la democracia, que, en su ideal, se fundamenta en el diálogo racional, el debate de ideas y el consenso informado.

Las decisiones se toman impulsivamente, basándose en emociones como el miedo, el odio, la esperanza o la euforia, más que en argumentos racionales o hechos verificables. Se fomenta una visión maniquea del mundo, dividiendo a las personas en "buenos" y "malos", lo que dificulta la reconciliación y el entendimiento mutuo. Los emócratas suelen valerse de estrategias de propaganda y desinformación, como las fake news, para alimentar prejuicios y exacerbar conflictos.

En una emocracia, los argumentos razonados pierden peso frente a los mensajes emocionales, debilitando el debate público. En casos extremos, los líderes emócratas pueden consolidar gobiernos autocráticos disfrazados de movimientos populares. La polarización resultante y la incapacidad de integrar las diferencias generan sociedades más divididas y conflictivas. Así, las instituciones democráticas ven erosionada su legitimidad frente al poder emocional y manipulador de las redes sociales.

En una emocracia, los mensajes emocionales superan a los argumentos racionales, debilitando el debate público. Líderes populistas consolidan autocracias disfrazadas de movimientos populares, alimentando polarización y división. Esto erosiona la legitimidad de las instituciones democráticas frente al poder manipulador de las redes sociales y las emociones exacerbadas.